Capítulo 61. Cuando el barro y la sangre se encuentran.
Iris no sabía con certeza por qué había vuelto al mirador esa tarde. El cielo aún conservaba restos del aguacero de la madrugada, una neblina gris que abrazaba los cerros con melancolía. En casa, todo parecía inusualmente perfecto: su padre cuidando los rosales con una concentración quirúrgica, su madre encerrada en el estudio afinando detalles de su próxima colección, y Alma… Alma pintando en el jardín, como si no le pesara tanta perfección.
Todo estaba en orden. Y sin embargo, algo en Iris vibraba como una cuerda tensa. Un ruido interno. Un presentimiento.
Subió sola, con su libreta de cuero y un lapicero negro en el bolsillo del pantalón. Sus Converse estaban aún cubiertos de barro seco del día anterior. No le importó. Se sentó en la roca más plana, justo al borde del mirador, con las piernas cruzadas y los ojos puestos en el abismo verde. Escribió un par de frases sueltas, sin mucha convicción. El viento le agitaba los rizos rebeldes, y el mundo parecía contener la respiración.
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