— Luzco horrible. — Mara se cubría los pechos y el abdomen con las manos, intentando ocultar las marcas violáceas.
— Estás tan hermosa como el día en que te conocí. — Dairon acarició su mejilla, apartando gentilmente sus manos.
Una lágrima corrió al sentir de nuevo el roce de sus labios y el calor de su piel alrededor de su cintura.
— Eres mía. — le susurró al oído. Mara sonrió a medias, tocando tímidamente su espalda desnuda.
Ël enterró la cabeza entre sus pechos haciéndola cerrar los ojos , envuelta en un gemido.
— Nunca te dejaré ir. — Su voz sonaba ahora mucho más hosca, resquebrajada y el toque de sus manos se sentía áspero y tosco.
Abrió los ojos y las paredes del sueño se derrumbaron a su alrededor. No era Dairon quien yacía sobre ella, forzándola a abrir las piernas y respirando en su cuello con el aliento apestoso a whiskey y cigarrillos.
Lo que fue un gemido se convirtió en un sollozo, y tuvo que taparse la boca para impedir que saliera un grito desesperado.