Luego de hacer el amor, repetir y volver a repetir, ambos tomamos una ligera ducha. Nuestros cuerpos estaban sudorosos, pegajosos y con las marcas de todo lo ocurrido. No le permití ducharse conmigo. Yo estaba agotada, pero al ver a Nathan, parecía que podía aguantar un par de rondas más, por lo que se quejó y peleó hasta el cansancio, sin embargo, fui firme. Necesitaba un momento a solas para procesar todo lo que había ocurrido. Y sabía perfectamente lo que ocurriría si le permitía estar cerca de mí en este momento.
Nuestra primera vez juntos fue tan mágica que aún me sentía en una nube de placer y lujuria. No sabía que los hombres lobos tenían tanta energía. ¿O quizás era la adolescencia que mantenía las hormonas tan alborotadas como para durar toda una noche y querer más?
El cuerpo me dolía, pero Nathan fue cuidadoso y atento. Sus manos sobre mí siempre fueron suaves, cariñosas. Llenas de lujuria, pero con un cuidado que enterneció mi corazón. Cuidó de mí a cada instante, incluso