Capítulo 10

Nathan

¿Dónde diablos se había metido? Iba a matarla apenas la encontrara. Era muy consciente de que se trataba de una mentira de mi parte, jamás le pondría un dedo encima a Eleanna, pero no podía evitar sentirme molesto y frustrado al pasar los días y no encontrar rastros de Elle.

Claro, había sido mi error enseñarle a marcharse y borrar su rastro. Cuando teníamos dieciséis, creí que sería muy astuto de mi parte enseñarle como esconderse de los hombres lobos. Para ese momento, pensaba en que Tyler estaba enloqueciendo día tras día, que podría llegar a obsesionarse con Eleanna. La frustración de no poder comunicarse con su lobo, la comenzó a pagar con la amiga con la que creció.

Así que le enseñé, muy minuciosamente, la manera de marcharse sin dejar rastros. También sabía que contaba con dinero a su disposición, como si de manera inconsciente, siempre estuviera preparada para huir. Sabía que su niñez la pasó recorriendo los bosques, huyendo de algo desconocido para nosotros. Y quizás, creyera que aun era necesario huir.

Tres días.

Tres malditos días habían pasado desde que Eleanna desapareció. La última vez que la había visto, fue aquel día en el que Rosie decidió que era una buena idea mudarse a la mansión. Era plenamente consciente de que Eleanna y Rosie se llevaban como perros y gatos, pero nunca creí que mi mejor amiga decidiría huir solo por su presencia.

La he buscado por cada rincón del bosque, de la ciudad y de la manada, pero era como si la tierra se la fuese comido. Nadie sabía dónde estaba, nadie me ayudaba a buscarla.

Para algunos, era lo mejor.

Desde que éramos niños, Eleanna ha tenido que aguantar todo tipo de murmullos. ¿Qué hace una humana como ella acompañada del futuro alfa? ¿Cómo es que el alfa permite que una humana esté entre nosotros? ¿Cómo llegó aquí? ¿Cuándo se irá? ¿Por qué parecen tan cercanos?

Nadie entendería. Nadie jamás entendería la conexión que entre ella y yo existía. Nadie entendía por qué estaba tan desesperado por encontrarla, por tenerla de nuevo entre mis brazos.

Cuando era un niño, soñaba con que ella fuera mi mate. Era perfecta para mí, tan hermosa con su cabello castaño, sus ojos eran mi perdición, mientras que su boca siempre me invitó a cometer toda clase de pecados. Todo en ella me atraía.

Pero tuve que aprender a verla sólo como a una amiga, no estaba permitido que la amara.

Los hombres lobos y los humanos no se relacionaban por razones válidas. Una humana jamás soportaría el embarazo de un cachorro, tampoco una mordida. Una humana no soportaría la época de celo, tampoco el efecto de la luna roja, que terminaba por volvernos más agresivos que nunca.

Por eso, nunca antes existió una conexión de mates entre humanos y hombres lobos, la luna jamás nos había conectados y tuve que convencerme de que nosotros no éramos los primeros.

Sabía que entre otras especies era mucho más común. Los brujos y los humanos se relacionaban con frecuencia, al igual que los vampiros. De hecho, todos los vampiros estaban relacionados con humanos, solo que para ellos era mucho más difícil encontrar a su pareja predestinada.

¿Pero en los lobos? Ya había investigado hasta cansarme. No existía ni un solo registro de parejas entre un lobo y una humana. Por más que lo deseaba, sabía que las posibilidades de ser ella y yo la excepción era mínimas.

Además, yo aún no era mayor de edad, no sabía distinguir a mi mate. No por el momento.

—Papá —llamé, abriendo la puerta de su despacho sin tocar—. Ayúdame a encontrar a Elle.

Mi padre se reclinó en su silla, mirándome con una ceja arqueada. Su mirada era severa, incluso podría decir que era aterradora, pero estaba tan acostumbrado a recibirla, que simplemente me mantuve firme.

—¿Eleanna? —preguntó, como para asegurarse.

No pasaba mucho tiempo con nosotros, así que de seguro no tenía idea sobre nuestros apodos. Ser el alfa requería todo el tiempo y el esfuerzo posible, mucho más cuando no tenemos una luna que pueda ayudarlo en su trabajo.

Mi madre huyó cuando era tan solo un niño. Sigue viva, en algún lugar del mundo. Estar separado de tu mate por mucho tiempo puede acabar con tu vida, dicen que el sufrimiento es insoportable, pero el alfa jamás pudo quejarse del dolor que aquello le causaba. Era el alfa y la manada venía primero. No tenía idea de cómo lo estaba pasando ella y tampoco era algo que me preocupara.

Me había abandonado siendo un cachorro. ¿La razón?

Desconocida.

Jamás me explicó por qué se marchó, sin embargo, escuchando los murmullos de las personas que trabajaban en la mansión, supe que se marchó porque no soportaba la responsabilidad de ser una luna. Y no podía marcharse, llevándose al futuro alfa consigo.

Intentaba, con todas mis fuerzas, no sentir rencor hacia ella, pero no era tan sencillo. Dijeran lo que dijeran, renunciar al puesto de luna ya era algo imperdonable. Y lo era mucho más cuando también rechazaba el puesto de madre, por las razones que fueran.

—Lleva tres días desaparecida —le recordé.

—¿Y eso tiene algo de raro? —preguntó desinteresadamente.

—¡Por supuesto! —perdí la compostura—. Desde hace ocho años Eleanna vive en esta casa, jamás ha pasado un día fuera de aquí. Alguien pudo haberla atacado, podría estar en peligro.

—No malinterpretes, Nathan, pero una humana jamás debió estar aquí en primer lugar. Tienes a la futura luna viviendo aquí, concéntrate en ella y olvídate de la niña.

Me acerqué en dos zancadas y le tomé de la camisa, mi padre se mantuvo impasible, viéndome a los ojos, mientras que yo ardía de la rabia. Su impasividad solo me hizo enfadar mucho más. ¿Cómo podía sentarse en su despacho, tan tranquilo, sabiendo que la chica que estaba a su cargo estaba desaparecida?

—¿Acaso ella no te importa en absoluto? —pregunté, herido. No por mí, estaba acostumbrado a su indiferencia. Sino por ella...

Eleanna tenía una gran estima hacia mi padre. Al principio, estuvo todo el tiempo tras de él, intentando ayudarlo en lo que pudiera. Era una niña muy inteligente, por lo que se dio cuenta del problema de mi padre. No le costó mucho asumir que era mi madre la razón de su amargura, por lo que ella tomó el papel que le tomaría a ella.

Nadie le dijo que eso lo que le faltaba al alfa, nadie jamás diría algo como eso en voz alta, pero ella lo supo.

Se encargaba de organizar las reuniones de mi padre, mantener la mansión en perfecto estado, atendía a los alfas de otras manadas, organizaba las veladas y se aseguraba de que todo en la manada estuviera en orden.

Era como nuestra luna, incluso siendo sólo una humana haciendo el trabajo que nadie le pidió hacer.

—Claro que me importa, Nathan —suspiró con pesadez, soltándose de mi agarre—. Esa niña es capaz de ganarse hasta el corazón más de piedra. La considero mi propia hija, pero aquí no ha entrado nadie extraño. Si no está aquí, es porque salió por su cuenta.

—¿Qué sugieres? —parpadeé, confuso.

—Quizás no soportó verte con tu mate. Tú bien sabes que ella siempre fue muy posesiva en lo que a ti respecta.

Sí, Eleanna solía ser muy posesiva, no le gustaba que otras mujeres fueran muy cercanas a mí, pero mi mejor amiga no haría esa clase de berrinches. No, no se iría sin al menos decirme.

Pero mi padre tenía razón en algo, su desaparición quizás tuviera algo que ver con la chica que decía ser mi mate, por más que yo no le creyera.

Ya sabía a quién debía preguntarle.

Algo estaba apestando, y yo me encargaría de descubrir quién mató al gato y lo escondió.

—Gracias —me despedí, trotando hasta la habitación de Rosie.

Era la primera pista que tenía de su paradero en días, no había tiempo que perder. Si Rosie le había hecho algo a Eleanna... Ni siquiera su padre sería capaz de salvarla. Bradley, el beta de la manada y el mejor amigo de mi padre.

Aunque Rosie no se crio con él, seguía siendo su padre. Al ser el beta, la mano derecha del alfa, vivía en la mansión, cerca del despacho de mi padre. Solo por respeto a él, acepté que Rosie viniera a vivir aquí. Después de todo, era su derecho por nacimiento. Si ella lo deseaba, tenía derecho a vivir bajo el mismo techo que su padre.

Toqué con desesperación su puerta. Si no la abría en tres segundos, no dudaría en derribarla.

Uno.

Dos.

La puerta se abrió, justo cuando me preparaba para derribarla. El rostro sorprendido de Rosie me miró con atención, como si no esperara verme por aquí. No la había visitado ni una sola vez desde que se mudó. De hecho, estaba evitándola con todo mi ser.

No la odiaba, pero tampoco la amaba. Era buena compañía para pasar el rato, pero no para ser mi luna, mi mate.

—¡Bebé! —se lanzó e intentó besarme, pero la esquivé en un movimiento rápido.

—¿Dónde está? —pregunté con seriedad.

La vi parpadear varias veces, como si no entendiera la pregunta. Había dos opciones, o era muy torpe, o intentaba hacerse la inocente.

Lástima por ella, pero ese cuento no me lo tragaba.

—¿Dónde está Eleanna?

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