Me desplomé al lado de la carretera. Podía sentir el frío.
Alguien me sacudió suavemente y luego me levantó con cuidado.
—Nola… Nola…
No podía distinguir si la voz era de Henry o de Cristian.
Pero cuando abrí los ojos lentamente, vi una cara desconocida.
Así que no era ninguno de ellos, todo había sido mi imaginación.
Me toqué la cara y la frente; estaban ardiendo, como agua hirviendo.
Ver mi cara cubierta de sangre asustó al amable extraño que me despertó.
Usando toda mi fuerza, me levanté. Mi cabeza pesaba como si fuera de plomo.
El hombre me preguntó si necesitaba que llamara una ambulancia, pero le dije que no, rechazando su ofrecimiento amablemente.
Me arrastre yo misma hasta el hospital por mi propia cuenta.
Para cuando llegué, ya había amanecido, y mi cuerpo empezaba a recobrar calor.
Pedi una cita con un médico y esperé en silencio.
El doctor Babic me vio sentada sola en un banco del pasillo y me miró con cara de extrañeza.
—¿Por qué estás aquí sentada? ¿Qué te ha sucedido?
Lo miré algo nerviosa.
—Solo es algo de fiebre. Vine porque necesito medicación para bajarme la fiebre, solo es eso.
—Ven conmigo, déjame revisarte.
Cuando no me moví, se detuvo y preguntó:
—¿Qué sucede?
—Ya me registré con otro doctor. No es nada grave, solo un resfriado. Me recuperaré con los medicamentos que venden en la farmacia.
—¡Nola!
Al ver su molestia, me levanté a regañadientes y lo seguí a su oficina.
La verdad, no quería darle más problemas. Cada vez que iba con el doctor Babic, me exentaba del costo de la consulta o pagaba mis medicinas de su propio bolsillo. Ya le debía demasiado, y no creía que viviría lo suficiente para saldar esa deuda.
Después de escuchar mis síntomas, pude ver su cara de preocupación. Su respuesta fue más severa:
—Esto está yendo de mal a peor. Necesitas ser hospitalizada cuanto antes.
Me volví a registrar y traté de sonar despreocupada.
—No hace falta. De todas formas, no hay cura. Mejor sigo trabajando para ahorrar un poco más.
—Doctor, ¿puede recetarme algo para detener el sangrado? Últimamente me pasa con más frecuencia.
Al escucharme, el doctor Babic guardó silencio. Noté que sus ojos se enrojecieron, y volteó la cara discretamente antes de volver a hablar.
—Aun así, necesitas de quedarte por un rato de observación en el hospital. No te preocupes por el dinero, yo…
—Eso será en otra ocasión.
Lo interrumpí antes de que terminara.
Abrió la boca como para responder, pero luego la cerró, quedándose en silencio un largo rato.
Yo fui quien rompió el incómodo silencio.
—¿Recuerdas que me habías mencionado un caso? ¿Aún puedo tomarlo?
Su negativa fue inmediata.
—Tu salud no está en condiciones para trabajar.
Tuve que insistirle mucho antes de que, a regañadientes, aceptara darme el contacto de su amigo.
Viendo la preocupación en sus ojos, lo tranquilicé.
—No te preocupes. Haré todo lo posible por ganar ese caso, lo haré por tu amigo.
Después de pensarlo un momento, añadí otra promesa.
—Cuando gane suficiente dinero, vengo a que me hospitalicen de inmediato.
Las dos semanas siguientes transcurrieron sin problemas. El caso del amigo del doctor Babic era sencillo y tenía pruebas de sobra. En una semana estaría resuelto.
Cuando vi el depósito final en mi cuenta bancaria, supe que había sido gracias a la confianza que tenían en mí por recomendación del doctor.
Lo llamé para invitarlo a cenar y agradecerle como se debía.
En el restaurante, coincidimos con algunos de sus colegas y decidimos compartir mesa.
Justo cuando todos estaban sentados, alguien más entró. Levanté la vista y vi a Henry Novak.
Me miró, en sus ojos no había un rastro de ninguna emoción. Sacó una silla y se sentó.
Henry era amigo cercano del jefe del departamento del doctor Babic y parecía llevarse bien con los demás, pero cada vez que lo miraba, su expresión era algo hostil.
Cuando Babic rechazó bebidas en mi nombre, Henry intervino, insistente.
—Tengo entendido que Nola tiene buen aguante con el alcohol. ¿Hoy no nos honra con eso?
Su expresión se tornó de rabia mientras volvía a rechazarlo.
—Ella no puede beber.
Henry, como siempre, no se dio por vencido y me sirvió un vaso.
—Ella sola sabe si puede o no.
Su tono era de amenaza.
Sabía que, si no bebía, Henry centraría su atención en Babic después. Así era él: implacable. No quería involucrar a Babic en esto, así que tomé el vaso y lo bebí de un trago.
El aguardiente ardía en mi garganta y pecho.
Por cada vaso que bebía, Henry tomaba uno también.
Después de muchas rondas, estaba completamente embriagada.
Al darse cuenta de que algo no estaba bien, los demás intervinieron.
—Nola ha bebido bastante. Dejémoslo para otro día.
Pero Henry parecía no querer soltarme y volvió a llenar mi vaso.
Un amigo suyo lo detuvo, bromeando:
—Si sigues así, tu esposa va a buscarme para reclamar.
Henry se quedó inmóvil, mirándome fijamente.
Entré en pánico. Aparte del doctor Babic, nadie más sabía que yo había sido su esposa hace cinco años.
—Estamos divorciados, ella no tiene derecho a decirme nada.
Por un momento, su tono me pareció casi infantil, como si estuviera celoso. Pero cuando lo miré, sus ojos estaban llenos de odio.
En ese momento lo entendí: siempre me había odiado.
Desde que destruí su relación con Ramona, cinco años atrás.
El doctor Babic me ayudó a salir del restaurante, up ya estaba algo bebida.
Quiso llevarme a casa, pero no tengo un lugar fijo donde vivir. Ni yo misma sabía a dónde ir, así que rechacé su oferta.
Con el alcohol subiendo a mi cabeza, luché contra las náuseas y decidí reservar un hotel cercano para pasar la noche.
Confusa, creí ver a Henry siguiéndome, pero entre el mareo y la oscuridad de la noche, apenas podía distinguir algo.
Después de registrarme en una habitación, justo cuando estaba cerrando la puerta, alguien la empujó y entró. Me agarró del brazo y me lanzó sobre la cama.
El malestar en mi estómago me obligó a correr al baño y vomitar.
En el espejo, vi a Henry parado detrás de mí.
Me agarro del mentón, obligándome a levantar la cabeza para mirarlo.
Su voz era agresiva.
—Parece que Nola tiene bastante éxito con los hombres desde que nos divorciamos.
Al principio, quería explicarme, pero me di cuenta que no valía la pena.
Mi silencio pareció enfurecerlo más. Me empujó con fuerza a un lado, claramente molesto.
Con los dientes apretados, dijo:
—No olvides, Nola, que todavía estamos casados.