Me llevaron de urgencia al quirófano. Tuvieron que pasar un largo tiempo operándome.
La herida no era tan grave, pero mi cuerpo desgastado no dejaba de sangrar, no había nada que pudieran hacer para detener la hemorragia o hacer que la sangre rápido coagulara.
Pero por suerte, logré sobrevivir. Después de pasar un día en cuidados intensivos, me trasladaron a una habitación normal. Al parecer el cielo aún tenía una misión para mí.
Cuando sacaron mi cama, vi a Henry, parado a un lado, con los ojos enrojecidos, quizás de llorar. No sabía qué pensar acerca de eso.
O quizás había venido para ver si ya me había muerto.
Pues no, no le di ese gusto. Seguía viva.
En cuanto salió del quirófano, el doctor Babic corrió a verme. Al comprobar que estaba bien, dejó escapar un largo suspiro de alivio.
En la habitación, también tenía los ojos rojos. De verdad, no sabía que era tan sentimental.
Desde que lo conozco, cada vez que me ve en este estado, siempre acaba teniendo que limpiarse las lágrimas.
Me