En el momento en el que le presenté mi solicitud de divorcio, Henry me miró fijamente durante un largo tiempo, tan largo que llegué a notar el mucho odio en su mirada.
Por eso no fue hasta que yo saqué el acuerdo de divorcio y lo firmé que él volvió en sí. Tomó el documento y lo revisó un montón de veces, pasando como ansioso los dedos entre las hojas.
Sabía que no se lo podía creer, en especial mi mucha determinación y coraje. Después de cinco años de relación, era yo quien finalmente pedía el divorcio.
Después de un rato, tiró los papeles sobre la mesa, y con una sonrisa burlona me dijo
—Lo leo y releo, pero no le encuentro ningún sentido a todo esto. Tendré que pedirles a mis abogados que lo revisen.
Apreté el lapicero con fuerza y le respondí con calma:
—No hace falta llamar abogados, hay lo dice muy bien, me voy sin nada. Y de vos no estoy pidiendo nada.
Note desconfianza en sus palabras cuando me dijo:
—¿Y cómo sé que no es uno de tus trucos?
Levanté la vista hacia él, y de repente recordé vívidamente aquella noche hace cinco años. Durante todo este tiempo, él había guardado rencor por algo de lo que me cree culpable.
Pero después de todos estos años, si alguien sabía cómo era yo, debía ser él.
Tiré el lapicero sobre la mesa y me recosté en la silla.
—Está bien entonces, si asi lo deseas. Avísame cuando hayas terminado con tu parte del acuerdo de divorcio, y yo regresaré a firmarlo.
Me puse de pie, lista para irme.
Él se interpuso en mi camino.
—Espera aquí, no tardaré en volver.
Parecía ansioso por trazar una línea definitiva entre nosotros y nuestra relación. Apenas abrió la puerta, se fue rápidamente.
Me dejé caer en el sofá de su oficina, la cual estaba ya de por si colmada de un silencio inquietante. Mi mente rebobinó a lo que me había dicho el doctor.
Tienes leucemia en etapa avanzada. Tal vez ni siquiera encontraría un donante de médula ósea a tiempo.
Suspiré, mirando la puerta por donde había salido. Tal vez, a él no le importaba en lo absoluto.
Pero por mi nariz de repente comenzó a correr sangre. Traté de limpiarme con la mano, pero la escandalosa sangre no paraba de brotar. Decidí usar una caja de pañuelos del escritorio de Henry. Y en un instante ya había gastado más de la mitad.
Por suerte, nadie me vio.
Henry regresó poco después con un nuevo acuerdo de divorcio.
Me vio con la cabeza inclinada hacia atrás y pañuelos cubriendo mis fosas nasales. Por un momento, quedó paralizado.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Rápidamente tiré los pañuelos al bote de la basura y me senté como si nada hubiera pasado.
Cuando tomé el acuerdo, noté que había añadido una cláusula al final: yo estaba obligada a olvidarme de todo lo que no fue mío inicialmente—joyas, ropa, incluso mis zapatos.
Yo sabía para quién eran esas cosas. Por eso de todos modos, nunca las deseé.
Firmé rápidamente y sin pensarlo dos veces, le devolví los papeles.
Después de revisarlos varias veces, finalmente me dijo:
—Nola Savic, espero que cumplas tu palabra. No quiero volver a verte jamás en mi vida ni mezclada en mis asuntos.
Yo era ya consciente de lo mucho que me despreciaba.
Durante estos cinco años, nunca me había mirado con afecto, ni una sola vez siquiera.
Miré a la figura familiar que esperaba en la puerta y asentí.
Probablemente era verdad y no nos volveríamos a ver.
Durante los cinco años que estuve casada con Henry, apenas compré cosas para mí. Pero eso sí, que estén todos seguros que nunca toqué las joyas, la ropa ni los bolsos que él me compró. Después de firmar el divorcio, salí con una pequeña bolsa de ropa, nada más.
Ahora me sentía como alguien sin hogar, una donnadie. Después de pensarlo mucho, marqué el número de mi hermano Cristian.
Lo cierto es que, en el pasado, sí tuve un hogar, una linda familia. Hace cinco años, vivía con mis amorosos padres y mi bondadoso hermano.
Pero no había hablado con Cristian en casi una eternidad. El celular sonó durante un rato antes de que contestara, con su voz cargada de impaciencia.
—¿Bueno?
Por un momento, no pude moverme. Me llené de nervios al escucharlo.
—Hermanito, anhelo volver a casa.
Pareció pensar durante mucho tiempo antes de finalmente responder:
—Vuelve entonces.
Para llegar a casa, tenía que pasar por un sendero oscuro. La penumbra me envolvía, y por un momento, creí ver la figura familiar de Cristian caminando adelante. Él sabía que me daba miedo la oscuridad y era natural que habia venido a buscarme.
Pero cuando estiré la mano, la figura desapareció. Me quedé parada en el sendero sombrío, con el corazón pesado.
Ni siquiera podía recordar la última vez que Cristian había venido a buscarme así.
Luchando contra mi miedo, finalmente llegué a casa.
En la sala, Cristian estaba sentado de mal genio. Antes de que pudiera sentarme, me arrojó un montón de papeles.
Los recogí y me di cuenta de que eran contratos de negocios cancelados.
—Mira lo que hiciste con tanta ineptitud tuya.
No me defendí. Para mí y para todos era ya claro que Henry le había informado del divorcio y estaba usando eso para vengarse de los Savic.
—Nola, cuando te revolcaste en la cama de Henry Novak, ¿no pensaste en que este día llegaría?
—Y ahora que está harto de ti, y que te abandonó, ¿quieres volver arrastrándote a la familia Savic? ¿Qué te debemos para que nos pagues de esta manera?
—Por tu culpa, la familia Savic carta en la completa miseria.
Cristian estaba furioso, y le costaba siquiera controlarse.
En estos cinco años, era la primera vez que me hablaba tanto.
Sabía que me culpaba. Pero este tiempo había sido difíciles para todos.
Contuve las lágrimas cuando los papeles cayeron sobre mí. Esa sensación familiar de mareo aclaró mi mente.
Cubriéndome la nariz, me alegré de que esta vez no hubiera sangre.
Cuando Cristian se calmó, finalmente hablé:
—Pagaré todo lo que le debo a la familia Savic.
No sabía cuánto tiempo me quedaba, pero antes de morir, saldaría todas mis deudas.
Cristian me miró como si hubiera contado un chiste.
—¿Y cómo planeas pues hacerlo?
Se detuvo, como si se diera cuenta de algo, y luego dijo:
—Esta noche, Henry tiene una cena con sus socios. Ven conmigo y pídele ayuda.
—Pero si ya estoy divorciada de él.
—Entonces, ¿qué tienes para ofrecer? Nola, en este momento, solo la familia Novak puede ayudarnos.
Antes de que pudiera responder, Cristian agarró los contratos y me llevó fuera.
Yo no esperaba volver a ver a Henry tan pronto.