Adriano pisó el acelerador con más fuerza, llevándolos más rápido hacia su destino. Los edificios industriales a su alrededor se alzaban como gigantes de metal y concreto, grises y vacíos, proyectando sombras alargadas bajo la tenue luz de las farolas. El ambiente era sombrío, pesado, como si la misma ciudad estuviera confabulando en su contra.
—¿Qué pasa si llegamos tarde? —preguntó Gianina, incapaz de contener la pregunta que le desgarraba el corazón.
Ramiro no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el mapa de su teléfono, analizando la información, buscando cualquier otra pista que pudiera ayudarlos. Pero cuando finalmente habló, su voz fue tranquila, casi metódica:
—No vamos a llegar tarde. Nos moveremos rápido. Si están nerviosos, como dijo el testigo, no están preparados para un enfrentamiento directo.
—Y si lo están —añadió Adriano, su mandíbula tensa—, estaremos listos.
El silencio se apoderó del auto durante varios minutos mientras se acercaban a la estación. La ans