En el hospital de Potsdam, la tenue luz del amanecer se filtraba a través de las persianas, tiñendo las paredes con un resplandor pálido. Logan, envuelto en sudor frío y conectado a un enjambre de monitores, despertó con un grito ahogado, incorporándose con dificultad en la cama. Su pecho subía y bajaba con violencia, los latidos desbocados. Pero algo era distinto: el silencio en su mente.
Las voces. Los comandos. El zumbido constante de los Códigos del olvido. Todo… había desaparecido.
Parpadeó, atónito. Su mente, por primera vez en semanas, estaba clara. Libre. Demasiado silenciosa.
El sonido del teléfono vibrando sobre la bandeja lo arrancó de su trance. Contestó con dedos temblorosos.
—¿Victor…?
—Logan… —La voz de Victor titubeó, rota por la emoción contenida. Al otro lado de la línea, los ecos metálicos del hospital en Ámsterdam lo acompañaban. —Sophie está viva. Está aquí. Pero… está en estado crítico.
Logan apretó el auricular, cerrando los ojos con fuerza. —¿Qué… qué pasó?
—Lo