40. Nuestro comienzo

Capítulo cuarenta. Nuestro comienzo.

El amanecer en Santorini pintaba el horizonte de tonos dorados y rosados. El sol asomaba sobre las cúpulas azules y las casas blancas, iluminando el mar Egeo como si fuera un espejo líquido. Ariadna abrió los ojos lentamente, arropada por el calor del cuerpo de Andreas a su lado.

Se quedó quieta unos segundos, disfrutando de la paz. La respiración de él era profunda y constante, su brazo pesado descansaba sobre su cintura, y cada tanto su barba le rozaba la nuca al moverse entre sueños.

Por primera vez en mucho tiempo, Ariadna sintió que podía respirar sin miedo. Leonidas ya no estaba. El futuro, aunque incierto, se abría frente a ellos como una página en blanco.

Se giró despacio, encontrándose con el rostro de Andreas. Dormía, con el ceño ligeramente fruncido incluso en reposo. Sonrió con ternura y acarició su mejilla. Él abrió los ojos poco a poco, y una chispa se encendió en su mirada al verla.

—Buenos días, agapi mou —murmuró, su voz grave aún
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