Maya agitó la mano con fastidio.
—¡Quiero dormir! ¡Cállate! —farfulló.
El corazón de Bob casi se detuvo.
Nadie provocaba al señor Brook y salía ileso.
Intentó de nuevo, con la voz más urgente:
—¡Señorita Anderson!
Maya llevaba un día entero durmiendo y le molestaba que alguien la despertara, aunque su mente estaba borrosa. No distinguía a nadie.
—Señorita Anderson, ¿puede verme? —Bob agitó la mano frente a su rostro.
Maya lo miró sin comprender y volvió a cerrar los ojos. Estaba tan intoxicada que había perdido toda lógica. Ni siquiera recordaba que tenía un plan.
Bob estaba petrificado.
¿¡Cómo podía seguir sonriendo en ese estado!?
¿Acaso comprendía lo costosas que eran esas botellas?
Ni vendiendo su alma podría pagarlas.
La sombra de Alexander pasó por detrás de él.
—Deja de llamarla —ordenó con una voz tan plana que resultaba aún más amenazante.
Se agachó, la tomó del brazo y la levantó bruscamente. No fue delicado.
—¡Ah! —Maya gimió, despertando un poco por el dolor. Estaba a punt