Maya salió del departamento con el teléfono en la mano. Tenía que hablar con Serena antes de que todo se saliera de control.
Se apartó hacia un pasillo vacío y marcó el número de su madre.
—¿Qué te pasa? —preguntó, conteniendo su enojo—. Te dije que no dejaras que Terry viniera a buscarme a la oficina.
—¿Fue a verte otra vez? —respondió Serena, sorprendida—. No sabía nada de eso. Parece que le caes muy bien, cariño.
Maya cerró los ojos con frustración.
Su madre no comprendía la gravedad del asunto. Claro, Terry solo era un niño… como los tres pequeños en casa: olvidaba rápido, actuaba por impulso. Pero Alexander no olvidaba.
—Por favor, háblale. Dile que no vuelva a venir aquí —pidió Maya con tono serio.
—Está bien, hablaré con él —respondió Serena con ligereza—. De hecho, justo iba a llamarte.
—¿Para qué? —preguntó Maya, desconfiando.
—Vamos a cenar esta noche. Te llevaré de compras después —anunció su madre alegremente.
—¿De compras? —repitió Maya, desconcertada.
—Claro, ¿por qué no