Esa tarde, después del trabajo, fue a comprar fórmula para los niños.
Solo consiguió cuatro latas, pero cargarlas la dejó sin aliento.
Al salir de la tienda, un niño chocó contra ella y cayó de espaldas.
—¡Lo siento! ¿Estás bien? —preguntó Maya, dejando las latas para ayudarlo a levantarse.
Pero su mano se detuvo en el aire.
Conocía ese rostro.
Terry.
El hermano menor de Alexander.
El niño no lloró. Solo la miró, sorprendido.
—¿Qué has hecho? —exclamó una mujer mientras corría hacia él y lo levantaba en brazos—. ¡Cómo caminas! ¿Estás ciega? Si mi hijo está herido, te haré responsable…
La mujer se detuvo al ver el rostro de Maya.
Su expresión cambió por completo.
Maya la miró también.
Un recuerdo doloroso la golpeó como una ola.
Esa voz… esa mirada…
—¿Ma...? —preguntó Maya sin saber si lo que estaba delante de ella era verdad.
Serena se recompuso al instante, ocultando su turbación tras una sonrisa fría.
—Mi hijo está bien, deberíamos marcharnos —Su voz era firme, pero el temblor en su