—¿Crees que volveré con las manos vacías? Te doy tres minutos.
Maya se quedó mirando la pantalla del teléfono.
Si no quería que él “volviera con las manos vacías”, tendría que darle lo que quería.
¿Pero qué era exactamente lo que él quería de ella?
Su cuerpo se tensó al instante.
Se sentía inquieta. No quería ir.
Pero ¿podía negarse cuando él ya estaba fuera de su zona residencial?
Por supuesto que no.
¿Debía esperar a que Alexander subiera cuando sus tres hijos estaban en casa?
Maya se giró para salir, pero bajó la mirada y vio el camisón que llevaba puesto.
Dudó un instante, regresó a la habitación y se puso una camiseta blanca y unos pantalones.
El SUV Rolls-Royce negro estaba estacionado al costado de la carretera, más amenazante que la propia oscuridad de la noche.
Alexander estaba sentado en el asiento trasero, con su esbelto cuerpo adoptando una postura perezosa. Tenía las piernas cruzadas y mantenía ese aire reservado e impredecible de siempre.
En menos de tres minutos, Maya l