Llegaron al núcleo de la manada de Tierra al amanecer. Nadie los esperaba con honores, ni un cálido recibimiento. La guardia los escoltó en silencio hasta las cabañas para visitantes, después de anunciar que el Alfa Tauriel los recibiría al anochecer. Hasta entonces, no debían salir de la zona designada.Todos suspiraron agradecidos, necesitaban descansar antes de embarcarse en otra misión, como la de mediadores del Alfa Xavier.—¿Qué hacen? —preguntó Dayleen al ver a los otros lobos recogiendo hojas del suelo como si se tratara de oro.—Se preparan para el otoño —respondió Annika—. Las hojas caídas deben mezclarse con sangre de la manada y colocarse en orbes. Eso forma un escudo alrededor de los árboles. Cuando pierden sus hojas, su protección natural también desaparece.Dayleen se apoyó contra la pared. El dolor en su pecho crecía. Su vientre se endurecía de vez en cuando, un tirón sordo y constante. No necesitaba pensar mucho para saberlo. Se trataba de Sebastián. Estaba con ella o
Dayleen volvió a la cabaña con la cabeza baja después de su charla con el Alfa Tauriel, que no duró mucho; él le dijo que solo fuera sincera en la reunión porque ellos sabrían si les miente. No lloraba. No temblaba. Pero por dentro, todo era un caos. Annika se levantó al verla entrar, visiblemente arrepentida. Dio un paso hacia ella, pero Dayleen la ignoró, no quería hablar en ese momento si volverían a retomar su horrible sugerencia. Cerró la puerta sin decir una palabra y fue directo al rincón donde dormía, necesitaba descansar un rato. —Lo siento —dijo Annika en voz baja—. No quise sonar cruel. Sabes que soy tu amiga, jamás haría nada en contra tuya. Dayleen no respondió. Acarició su vientre con una mano temblorosa, dentro de su corazón había sabido que no hubo malas intenciones en sus palabras, pero la sola idea de dañar a sus cachorros le haría profundamente. —Solo pensé que… tú… no los ibas a querer. Pensé que no podrías, después de lo que te hizo. Después de lo que Sebast
Dayleen estaba de rodillas en el suelo, las esposas rúnicas ardían contra su piel, como si juzgaran su alma con cada segundo que pasaba. Aun así, levantó la cabeza, miró directo al Alfa Tauriel y a los ancianos, con los ojos llenos de rabia contenida.—Nací en la manada de Fuego como hija ilegítima de una Omega, una guerrera que peleó valientemente en las Batallas de Nolor hace quince años, por las que logramos desterrar a los pícaros de toda Aryndell hacia las fronteras. Y aún así con gran hazaña, acabo relegada a ser parte de la muchedumbre por embarazarse de alguien que no era del Fuego —dijo con asco—. Mi madre me crió sola, escondiendo el nombre de mi padre por miedo a lo que me harían si supieran. Durante años creí que había muerto en batalla, pero ahora sé que fue parte de algo más grande. Un secreto que ella protegió hasta su muerteUna de las ancianas, la de ojos de tierra húmeda, ladeó el rostro con curiosidad.—¿Cómo murió tu madre?Dayleen cerró los ojos por un segundo, pe
El viento le azotaba como cuchillas heladas, pasando incluso a través del abrigo encantado de Xavier. La nieve no caía: se arremolinaba, girando en espirales salvajes como si la tierra misma intentase expulsar a quien consideraba un intruso; pero siguió hacia delante con determinación. El cielo estaba cubierto, gris pálido, sin un solo rayo de sol. Ni siquiera el mediodía traía calor en la frontera de la manada de Aire. Después de dos días de viaje en una de sus embarcaciones privadas, disfrutando del sol y su calidez, este frío lo calaba hondo. Pero finalmente el camino llegó a su fin, y respiro aliviado cuando diviso la entrada. Dos guerreros lo interceptaron al pie del risco helado que custodiaba la entrada principal. Ambos portaban lanzas de obsidiana lunar y miradas igual de afiladas. —Aquí no eres bienvenido, Alfa del Agua —dijo uno de ellos, con voz cortante como escarcha—. Tenemos órdenes estrictas de restringir el paso a todo aquel vinculado a tu manada. Cuando gritam
—¿Estás segura de que debo ir vestida así? —preguntó Dayleen, mirando el vestido que colgaba frente a ella. Era largo, de tonos marrones y verdes que imitaban los colores de los árboles tras la lluvia. Pequeñas cuentas brillaban cosidas en los bordes, como si alguien hubiese querido atrapar la luz del amanecer en cada puntada. Annika soltó una risita mientras ajustaba su propia túnica color arcilla, con hojas secas bordadas en los hombros. —Si no te vistes así, sabrán que no eres de aquí —dijo mientras le entregaba una capa ligera—. Esta noche es el Baile de Encanto. Nadie se queda fuera. La idea es encajar con todos, hacerles saber que valoras sus costumbres. —¿El Baile de Encanto? —preguntó confundida, atando su cabello en una coleta alta. —Una vez cada seis meses, todos los lobos de la manada de Tierra se reúnen a cantar y danzar para llamar a sus almas gemelas. —explicó Annika mientras le acomodaba el cabello—. Hace generaciones, algo cambió en su genética. Ya no pueden ol
Dos días después, se despertaron más temprano de lo normal. La manada de Tierra les había dado provisiones y monturas, y también su bendición. Se encontraban en la frontera norte, listas para hacer una pequeña visita que resolvería sus dudas de una vez por todas. Se giro para despedirse del pequeño grupo que las acompañaba a la salida. —Eres bienvenida aquí cuando quieras —le dijo la madre de Tauriel, Irene—. No todos los cantos llaman a una pareja. Algunos, como el tuyo, sanan grietas en lo más profundo del alma. Esperamos tu regreso, Dayleen McNally. Aquellas palabras la conocieron mucho. Hasta hace unas semanas, todavía era la paria de su manada, la había exiliado y nadie buscó justicia por ella. —Gracias, Luna Madre. Me siento bendecida con su recibimiento, y espero poder volver pronto. Hasta que nos volvamos a encontrar —se despidió con un nudo en la garganta. La mujer sonrió con cariño. —Hasta que nos volvamos a encontrar —luego volteó su mirada hacia Annika—. Salúdame a
Tragando saliva, Dayleen camino detrás de la basura de Annika con el corazón palpitando. —Eryn era un sol. El de toda persona que la conociera, en realidad —dijo la abuela, guiándolas hacia adentro—. Y tú… tienes su fuego. No solo hablo de que seas de la manada de fuego, hablo de lo que hay en tu corazón. Viene de familia, supongo.Se sentaron junto a la chimenea mientras el atardecer hacia brillar los cristales con una luz dorada muy hermosa.Dayleen sentía que algo se removía dentro de ella al escucharla decir: "familia" otra vez. Pensó que esa palabra estaría fuera de su vocabulario durante mucho tiempo.—Disculpe que le pregunte esto pero, ¿mi madre alguna vez habló de mi padre? —preguntó sin aliento. Era probable que pudiera conocer la identidad de su progenitor de una vez por todas.La abuela bajó la mirada.—No mucho. Solo decía que lo amaba más de lo que debía. Que era peligroso para ti que él estuviera cerca. No quería que nadie supiera que existías, tu sola existencia era u
Esperó por una respuesta con la ansiedad recorriendo su cuerpo. Lo que ella decía no tenía ningún sentido, porque...Tiky asintió lentamente. —Mi nombre completo es Rattiky McNally. Soy hermana de Arwen McNally, tu abuela Dayleen. Nunca relacionaron a Annika contigo porque ella recibió el apellido Strong de su padre, y su madre adoptó el apellido de él al casarse. Pero cuando escuché tu canto anoche, Dayleen… sentí a mi hermana en ti. Y comprendí que el fuego corre igual en ambas.»Con el tiempo Eryn se dió cuenta de que Annika era familiar suyo. Y fue ella quien me ayudó a proteger a mi dulce niña de la Luna Agatha.Annika se cubrió la boca con la mano, y Dayleen sintió un nudo apretarse en su estómago. —¿Entonces… somos primas? —susurró. —De sangre, claro —dijo Tiky, tomando sus manos—. Pero hay algo más… algo que muy pocos saben. Y debe mantenerse en secreto por ahora. Se levantó, caminó hacia un viejo baúl y sacó una caja forrada en cuero y seda. Dentro, había documentos a