122. Esa noche fue un error

El sol de la mañana iluminaba los ventanales del palacio de Aryndell, tiñendo las paredes de tonos dorados. Los guardias se cuadraron al verla cruzar el umbral con paso firme, su capa ondeando a su espalda y el cabello recogido en una trenza que caía sobre su hombro. A pesar del cansancio, Dayleen emanaba autoridad.

Llevaba consigo la noticia de la victoria en la manada de Fuego, la destrucción del engendro de Hades… y el nacimiento de sus hijos.

Fue conducida de inmediato al salón del Trono, donde su padre la esperaba.

—Mi Guardiana —dijo el Rey Alarik, bajando del trono para abrazarla.

Dayleen se sorprendió, pero se permitió el gesto. Sentir los brazos de su padre rodearla sin reservas le trajo un consuelo inesperado.

—He oído lo que hiciste —continuó él—. Liberaste a la manada de Fuego, salvaste a la loba poseída… y diste vida a dos nuevos herederos del linaje. Estoy orgulloso de ti.

—Solo cumplí con mi deber, Rey Alfa —respondió ella con respeto.

—Y lo hiciste con grandeza.

Entonc
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