Capítulo 36 —Mataste al viejo
Narrador:
Sofía se quedó inmóvil, mirándolo desplomado sobre las sábanas. El pulso le martillaba en las sienes.
—Vamos, Renzo… —susurró, agachándose sobre él —deja el teatro.
Esperó un gesto, una mueca, un mal*dito comentario irónico, pero nada. La duda la atravesó como un rayo. Bufó con rabia, apretó la mandíbula y, sin un gramo de piedad, hundió el dedo directamente en la herida del hombro. Lo hizo con fuerza, con la seguridad de que nadie en su sano juicio podría aguantar eso sin reaccionar.
—¡Vamos, maldito italiano! —gruñó, presionando más —dime que finges…
Pero lo único que consiguió fue que la sangre brotara fresca, cálida, manchándole el dedo y la cama. Sofía se quedó helada, el estómago revuelto.
—Dios… —jadeó, retirando la mano —no estás fingiendo.
Retrocedió un paso, la respiración cortada, los ojos clavados en el vendaje empapado.
—¿Fue un maldito roce o la bala entró? —se preguntó en voz alta, con la desesperación arañándole el pecho —carajo