La doctora Germaine Durand recibió a Elizabeth con una gran sonrisa. Era una mujer hermosa y elegante de unos 50 años, cuya actitud reflejaba que la conocía de antes.
—¡Hola, Elizabeth! Soy Germaine, ¿Cómo estás?
Elizabeth nunca había ido a un ginecólogo, ya que, al no haber tenido relaciones, no consideraba que fuera necesario. Se sentía nerviosa, pero la actitud amable de la doctora la ayudó a relajarse.
—Cuéntame, ¿Cómo te gusta que te digan?
—Oh, todos me llaman Lizzy o Liz.
Germaine esbozó una sonrisa cómplice.
—Ajá. ¿Y cómo te dice Federico?
Lizzy se sorprendió; no esperaba que la doctora mencionara a su esposo.
—Él, sólo me dice Elizabeth.
—Oh, ese chico sigue tan estructurado como siempre —dijo, sonriendo.
La joven sintió la confianza suficiente para preguntar.
—¿Lo conoce?
—Por supuesto. Su padre y yo tuvimos una relación por varios años, así que tuve la oportunidad de compartir tiempo con él. Aunque Federico es algo distante, nos llevamos muy bien. ¿No te lo contó?
En realida