La chica rubia caminaba de un lado a otro, sacudiéndose el cabello y bufando.
—¿En qué estabas pensando, Pablo? ¿Qué pasó con el chico coherente, educado y correcto que siempre fuiste?
El aludido estaba sentado en el sillón, tomándose la nuca con ambas manos. Lucía continuaba con su sermón.
—¿Te das cuenta de que quizás nunca más pueda ver a mi amiga? —estaba furiosa—. ¡La avergonzaste! ¡Te pusiste al mismo nivel que ese hombre!
El joven se levantó de inmediato, sus ojos color avellana llenos de furia.
—¡No soy como él! ¡Jamás me compares!
—Entonces, ¡no hagas lo mismo!
Pablo se giró hacia ella, mirándola con sorpresa.
—¿Cuándo la obligué a casarse conmigo? ¿Cuándo la extorsioné para que estuviera conmigo? —hizo un gesto de desesperación—. La amo, Lucía...
Ella tocó su hombro con ternura.
—No la obligaste a nada, pero anoche te comportaste mal. Ella trataba de explicarte, de hacerte entender que tiene un esposo, sea como sea, lo tiene. Y después, ustedes peleándose, como si e