Elizabeth regresó a su casa, esa mansión silenciosa que la rodeaba con su fría presencia. Cada rincón parecía hacerse más grande, más vacío, como si el propio lugar amplificara la ausencia de Federico. La partida de él había dejado un espacio insondable en su corazón, uno que se expandía con cada segundo que pasaba sola.
Se abrazó a sí misma, intentando calmarse, pero el frío no era físico. Era un frío interno, un vacío profundo que solo se despertaba cuando él no estaba cerca. ¿Qué sería de ella ahora? ¿Cómo reconstruiría su vida sin la presencia constante de aquel hombre que había sido su todo?
Sin ganas de comer, se despojó de cualquier intento de alimentar su cuerpo, como si el dolor pudiese desaparecer al ignorarlo. Ni siquiera un vaso de agua le apetecía. Se sentó, miró la hora y pensó que ya era demasiado tarde para llamar a su tío, con quien hablaba a diario, pero no podía dejar de pensar en él. Alfonso había comenzado a desmejorar, y ella lo sabía. "Mañana, después de la unive