Federico seguía junto a Elizabeth, sonriendo, aunque ya no como antes.
Ella tenía miedo de preguntar, pero no soportaba verlo mal.
—¿Pasa algo con Paula? —se animó al fin, visiblemente preocupada—. ¿Por eso Germaine te llevó aparte?
Él la miró fijamente, esos ojos que siempre lograban traspasarle el alma y hacerla estremecer.
De repente encontró la manera de hacerla confesar. Era demasiado astuto para que ella pudiera engañarlo.
Tensó la mandíbula.
—¿Por qué no me dijiste que Pablo Mendoza estuvo contigo? —lanzó la bomba, esperando verla caer en la trampa—. ¡Dime!
Elizabeth se quedó helada ¿Cómo se había enterado de eso?
—Fede... no... no —balbuceó, completamente tomada por sorpresa.
—No te atrevas a mentirme —la apretó aún más.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó finalmente.
Había caído sin darse cuenta.
—Mi gente te estaba cuidando... ¿o lo olvidaste?
Ella alzó una ceja, irónica.
—Oh sí... cómo olvidarlo.
De pronto, la joven cambió su expresión y lo miró con una frialdad que él nunc