A la hora señalada, los novios se despidieron para partir hacia su viaje de bodas.
Pasarían la noche en el hotel que era propiedad de Federico y luego partirían hacia un destino que él mismo había elegido para su esposa.
Apenas subieron a la limusina, él la atrapó entre sus brazos y comenzó a besarla sin dejarla respirar.
—¿Puedes esperar a llegar al hotel? —dijo la joven riendo—. Apenas puedo moverme con este vestido.
Aunque se habían cambiado de ropa durante la fiesta para estar más cómodos, Elizabeth llevaba un vestido sencillo, pero igual de incómodo para moverse.
—Te lo voy a sacar aquí mismo —amenazó Federico echándose encima de ella, sabiendo que ese comportamiento la molestaba... pero disfrutaba hacerla enojar.
—¡No seas sinvergüenza! —lo apartó, roja de vergüenza—. ¡Sabes que no me gusta hacer esto en público!
Federico reía mientras intentaba atraparla de nuevo por las manos.
—El chófer no ve ni escucha nada, créeme —rio divertido.
Elizabeth enarcó una ceja.
—Ah, se nota