La tradición de la familia dictaba que la noche antes de la boda los novios deberían pasar separados, para que el novio no viera a la novia vestida de blanco. Así, mientras Federico se quedaba en la mansión, Elizabeth se dirigió a casa de Alfonso.
La noche antes, se habían llamado por teléfono para compartir palabras de amor y promesas. Ambos sabían que la separación era temporal, pero el sentimiento era tan fuerte que las palabras parecían no ser suficientes.
— No imaginas como te extrañaré esta noche, pequeña —dijo Federico, triste.
—¡Puf, por favor, señor Alvear! ¡No exagere! Es solo una noche —se rio Lizzy—. Además, esto es un simple acto... ya somos esposos, ¿lo recuerda?
Federico suspiró.
—Sabes que no quiero pasar ni un solo día sin ti, ¿no?
—Y yo sin usted. Hoy dormiré abrazada a la almohada y pensaré que es mi amado esposo con el que me casaré mañana.
Federico sonrió. Escucharla decir eso, le derretía el corazón.
—Hasta mañana, mi amor.
—Hasta mañana, Fede… te amo —respondió e