Lucía se estaba preparando para salir. Sobre su cama, la invitación de la boda de Elizabeth estaba visible sobre su cama, a la cual, por supuesto, pensaba asistir. Ya había comprado un hermoso vestido grisáceo en una boutique de lujo, y unos zapatos plateados que combinaban a la perfección. Elizabeth había decidido prescindir de las damas de honor, lo que no le sorprendió en absoluto. Del lado de ella podría tener mil amigas, pero del lado del novio, la situación era muy diferente.

—El único amigo que le conozco es Miralles... —murmuró en voz alta, divertida—. ¡Alvear sí que es una alabanza a la simpatía!

Justo en ese momento, Pablo entró a la habitación sin golpear, casi lanzándole el periódico a la cabeza.

—¡Lo sabías y no me dijiste nada! —gritó, visiblemente alterado.

Lucía levantó una ceja.

—Primero, deberías golpear. Segundo, no tengo por qué contarte algo que no tiene que ver contigo. Y tercero, este último tiempo te has convertido en un real cretino —dijo, mirándolo con firmeza