Caminaron de la mano por la playa, descalzos, sintiendo la suavidad de la arena bajo sus pies, la fría brisa los traspasaba, pero no les importó. Elizabeth lo condujo hasta una zona donde la luz de la luna iluminaba todo como un escenario soñado.
Se sentaron allí, en silencio.
—¿Sabes? —dijo Lizzy, sonriendo—. Hace unos días, mi primo le pidió a Laura que se case con él, justo aquí.
Federico la miró, frunciendo el ceño.
—Ya veo... O sea que toda tu familia sabía que estabas aquí.
Ella sonrió hacia el horizonte.
—Sí. Les pedí que no dijeran nada. Necesitaba estar sola.
—¿Sólo ellos lo sabían? —preguntó, haciendo evidente su referencia a Pablo.
—Solo mi familia. Pablo... lo dedujo —contestó con calma.
Federico respiró hondo. Sabía que Lizzy lo amaba, pero que Pablo hubiese intuido su ubicación, mientras él, su esposo, no, le provocaba una punzada de celos.
—¿Él... vino?
Ella negó con un leve movimiento de cabeza.
—Yo lo llamé —dijo, notando el gesto incómodo de Federico.
Le acarició el