Él creía que, una vez más, su carácter introspectivo lo podría traicionar. Pero recordó que, a la hora de negociar, no le temblaba el pulso. Así que usó eso a su favor.
Todos los presentes los miraban, como esperando algo emocionante. Después de todo, no pasaban muchas cosas en ese pueblo.
Federico reunió valor y trató de ser elocuente.
—He luchado en vano... me ha sido inútil. No puedo ahogar mis sentimientos. Espero que usted me permita decirle de qué manera apasionada la admiro y la amo.
No sabía cómo expresar su amor, así que parafraseó a Darcy.
Elizabeth se quedó helada. Conocía la frase casi de memoria. Jamás imaginó que Federico se le declararía así.
Se fue acercando, y las lágrimas comenzaron a brotarle. Corrió hasta él, se prendió de su cuello, y él la tomó de la cintura y la besó.
Todos los presentes comenzaron a aplaudir, silbar y gritar de emoción.
Ella solo reía entre lágrimas, mirándolo embobada.
—¡Viniste! ¿Cómo me encontraste? ¿Acaso mi tío...? —preguntó mientras él