Víctor entró a la oficina de Federico bastante emocionado. En una hora partiría a Houston y por fin podría ver a su hija y a su familia, quienes lo esperaban con ansias ya que últimamente casi no estaba en su casa.
—Esto es todo, señor. Dejé todo en manos de la secretaria. No olvide que hoy tiene la cena con el senador Braco y su esposa.
—¿Ella asistirá? —frunció el ceño—. No me gusta cuando las esposas se meten.
El asistente lo miró un instante y luego bajó la mirada. El jefe estaba tan resentido que no soportaba ni ver a las parejas felices.
—Señor, es un político. Necesita la foto con su esposa. No olvides que el año que viene hay elecciones.
Federico parpadeó y frunció el ceño con fastidio.
—Ya pues... si no hay remedio —tiró los papeles que estaba leyendo sobre el escritorio.
—Bien, señor Alvear, me retiro. El avión sale en un rato. —Hizo una reverencia exagerada, como siempre que se despedía de él—. ¿No se le ofrece nada más…?
—¡Vete! ¡Y deja de dar vueltas! —masculló Federico, y