Elizabeth abrió los ojos perezosamente y sonrió al ver a Federico a su lado.
“Dios, es hermoso este hombre”, pensó divertida, dejando que su mirada se posara en él con detenimiento. No se dio cuenta de cuánto tiempo llevaba observándolo con fascinación hasta que lo oyó hablar.
—¿Vas a seguir mirándome o vas a abrazarme? —dijo él con una sonrisa, sin abrir los ojos.
—¿Cómo sabías? —le respondió ella, dándole una suave palmada en el pecho.
Él soltó una carcajada.
—¡Ven aquí! —le dio un tirón y la abrazó con fuerza, besándola.
—Oye, ni siquiera me lavé los dientes —rió ella.
—¡No importa!
Se quedaron un largo rato abrazados, disfrutando del silencio cómplice. Luego, decidieron ir a ducharse.
—Solo quiero ducharme sola —le advirtió Elizabeth.
—¡Oye! ¿Crees que soy un acosador?
—No es eso… no me siento muy bien.
Él la miró, preocupado.
—¿Te duele algo?
Elizabeth puso los ojos en blanco, con una sonrisa resignada.
—¿Desde cuándo estás tan trágico? Es solo un problema femenino —rio.
Él se son