El pago por la liberación se había concretado. El jefe retiró el dinero exactamente donde había indicado. Federico había dado una única orden: no intervengan hasta que ella esté a salvo. Temía que cualquier movimiento precipitado pusiera en riesgo la vida de su esposa.
Sin embargo, su hombre de confianza, Salvador, ya había desplegado un operativo encubierto para seguir al secuestrador sin levantar sospechas.
—Descuide, señor. La encontraremos hoy mismo, y ellos pagarán por lo que hicieron —dijo Salvador con tono firme.
Federico lo miró serio. Sus ojos azules estaban cargados de odio, pero también de una desesperación apenas contenida.
“Si algo le sucede, no podré seguir... Sin ella, no puedo vivir.”
El amor que sentía por Elizabeth era tan profundo e inmenso que le resultaba insoportable imaginar una vida sin ella. Algo dentro de él, más fuerte que el miedo, lo mantenía en vilo: un presentimiento. Aunque las fotos que le enviaron mostraban a Elizabeth viva, algo en su interior le decí