El timbre suena.
Los mellizos corren como estampida de búfalos hacia la puerta.
Lisa se queda clavada en el umbral del pasillo.
No quiere acercarse.
Pero tampoco puede quedarse escondida.
Mateo abre la puerta y Cristian está ahí, con una sonrisa suave, como si realmente hubiera estado esperando esta invitación toda su vida.
—Hola, campeones —dice, arrodillándose para abrazarlos.
Ellos se le cuelgan del cuello sin pensarlo. Cristian los abraza fuerte. Un segundo más. Dos. Tres.
Lisa los observa desde unos pasos de distancia.
Cristian levanta la vista. Sus ojos se encuentran.
El ambiente se congela un instante.
Hay cosas que nunca se dicen. Y otras que gritan solas.
Los mellizos lo sueltan y lo arrastran hacia el sofá.
—Vamos, papá. Hoy miramos otra película —dice Mara.
—Y comemos lo que quedó de pizza —agrega Mateo.
Cristian ríe.
—Perfecto.
Lisa traga un suspiro y camina hacia ellos, sin saber cómo sostenerse en ese nuevo equilibrio extraño.
Cristian la mira, y por pr