Narrador omnisciente
La madrugada se estiraba en un silencio espeso, tan profundo que incluso los relojes parecían temer romperlo. Las luces del hospital permanecían encendidas, bañando la sala de espera en un resplandor pálido y artificial. Lisa estaba recostada sobre el brazo de Cristian. No recordaba en qué momento había cerrado los ojos; simplemente, el cansancio la había vencido.
Tenía la cabeza apoyada en su hombro, los dedos entrelazados con los de él sin darse cuenta. Su respiración era pausada, frágil. Cada tanto, un pequeño temblor recorría su cuerpo, como si el dolor aún buscara maneras de recordarle que estaba vivo dentro de ella. Cristian la observaba en silencio. No había movido el brazo durante horas, temiendo despertarla. La luz blanca resaltaba las ojeras bajo sus ojos y el cansancio marcado en el rostro.
Afuera, la lluvia caía fina, persistente, golpeando los ventanales con un ritmo hipnótico. El sonido del agua se mezclaba con el lejano zumbido de los monitores y e