La música dentro del salón vibraba como un pulso eléctrico, marcando el ritmo de una noche que se negaba a apagarse. Pero para ella, todo se sentía ralentizado. Como si el tiempo, justo después de esa interrupción, se hubiese estirado en un limbo de lo que pudo haber sido… y no fue.
Damián no se había movido. Seguía con la mandíbula tensa, los ojos fijos en ella, como si buscara en su mirada una explicación que lo liberara del torbellino en el que ambos acababan de caer. La cercanía había sido intensa. Demasiado. Y cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, esa voz —dulce, empalagosa y venenosa— irrumpió entre ellos como un balde de agua helada.
—¿Se interrumpe algo? —había dicho la ex amiga con esa sonrisa decorada que no llegaba nunca a los ojos. Esa sonrisa que ella conocía demasiado bien.
La protagonista dio un paso atrás, como si ese gesto pudiera borrar la tensión que acababa de flotar entre ellos. Fingió indiferencia, pero su respiración aún estaba alterada, y sus mejill