Francesco le acarició la mejilla con ternura y una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo. Sus dedos se deslizaron con lentitud hasta alcanzar el delicado arco de su mentón.Con una presión apenas perceptible, guió su rostro hacia arriba, buscando sus ojos con una intensidad silenciosa que detuvo por un instante el bullicio del mundo que los rodeaba.En ese breve instante, solo existía la conexión entre sus miradas, un universo de emociones tácitas que danzaban en el brillo de sus pupilas.Francesco contuvo el aliento, sintiendo un nudo formarse en su garganta ante la imagen que se grababa en su memoria. Jamás, en todos sus años, se había topado con una mirada que irradiara tal limpieza, una pureza cristalina que parecía emanar directamente de un alma inmaculada. La inocencia que Catalina le ofrecía con la mirada era un bálsamo inesperado, una luz suave que disipaba cualquier sombra que pudiera albergar en su interior.Era como asomarse a un manantial prístino, donde cada pensamie
Catalina clavó su mirada en su tío y, por primera vez en su vida, sintió que su mirada no lograba doblegarla. Ya no sentía aquel escalofrío de temor que solía paralizarla en su infancia.Él había perdido el poder de hacerla sentir insignificante e intimidarla con una sola ojeada gélida. La niña a la que había echado sin piedad a la calle era ahora una mujer fuerte y resiliente.Tampoco era la joven indefensa a la que había secuestrado y vendido como si fuera una simple mercancía, arrebatándole su dignidad y libertad. Las cicatrices del pasado aún estaban allí, pero ya no definían su presente ni su futuro.En su mirada firme, su tío solo encontró el reflejo de una mujer que había renacido de sus cenizas, más fuerte y decidida que nunca.—Tobías —susurró Francesco con una voz tan fría que parecía cortar el aire—. ¿Qué haces en este lugar? —preguntó, levantándose de su asiento con lentitud, pero con tensión en cada músculo.—¿No has oído lo que acabo de decir?—Tienes algo que es mío y h
—Ni se te ocurra pronunciar una sola palabra más, Praga, porque te juro por lo más sagrado que no saldrás con vida de este lugar —le aseguró Francesco, descargando otro golpe furioso en el rostro de Tobías.—¡Suéltame! No te atrevas a... —intentó replicar Tobías, pero sus palabras quedaron ahogadas por la rabia de Francesco.Una vez más, Francesco lo calló violentamente, propinándole un golpe tan fuerte que le reventó el labio y le empezó a sangrar abundantemente por la nariz, como si fuera una fuente descontrolada.—Déjalo marchar, Francesco. No merece la pena ensuciarte las manos por alguien tan despreciable como él —intervino Catalina con voz firme, apartando a Francesco del cuerpo malherido de su tío.Catalina cargaba con el peso de un linaje manchado, la sombra proyectada por la figura de su tío, un hombre consumido por el resentimiento y las actividades delictivas.Esta realidad era una espina clavada en su costado, una fuente constante de preocupación. No deseaba, bajo ningún c
A pesar de la inesperada tranquilidad que siguió a su acalorada discusión con Tobías, una sensación de inquietud se apoderó de Catalina. El silencio pesaba, estaba cargado de una tensión latente, más intensa de lo que cabría esperar tras una resolución pacífica.Cada día que pasaba sin más confrontación solo aumentaba su sospecha: una persistente sensación de que la tormenta no había pasado realmente, sino que simplemente se había retirado para reunir fuerzas.Se sentía constantemente al límite, con los sentidos agudizados, escaneando su entorno en busca de cualquier indicio de un nuevo conflicto. Los rostros de quienes la rodeaban parecían ocultar significados, y sus comentarios casuales estaban cargados de posibles dobles sentidos.El sueño ofrecía poco respiro; a menudo, en sus sueños se repetía la discusión con Tobías, cada vez con un giro más oscuro y ominoso.Esta calma imprevista se había convertido en un tipo diferente de tormento, un juego de espera psicológico que mantenía l
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a
Catalina.Esas palabras aún me taladran el alma.—¡No tengo a dónde ir! —le rogué con cada fibra de mi ser temblando—, no puedes echarme así.Sentía las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, un río salado que no podía detener.Mi pecho me dolía como si un puño gigante lo apretara, y cada bocanada era una puñalada, como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones.Pero su respuesta me heló la sangre en las venas.—Por supuesto que puedo.Cada sílaba resonaba con una crueldad fría y calculada. Y luego, ese grito, esa furia volcánica dirigida hacia mí, hacia el recuerdo de mi madre...—¡No quiero nada que me recuerde a la maldita zorra de tu madre!En ese instante, sus ojos... Nunca olvidaré la bilis que destilaban. Puro odio, puro desprecio. Era como si yo no fuera su sobrina, sino una mancha, un recordatorio constante de alguien a quien detestaba.Sentí cómo se encogía mi corazón, cómo una parte de mí se rompía en mil pedazos. ¿Cómo podía alguien a quien se suponía que
Catalina.En lugar de girarme, dejé que las lágrimas siguieran su curso y mojaran mi rostro. Mis manos subían y bajaban por mis brazos tratando de generar algo de calor en aquella helada noche romana.Sentía el frío punzante calándome hasta los huesos. Entonces, noté algo cálido sobre mis hombros. Era el abrigo de tía Marta. Su tacto me dio un respiro, un pequeño oasis en este desierto de frío y soledad.—No quiero irme —alcancé a decir, mientras la voz quebrantaba y no podía contener un sollozo. Era la verdad. A pesar de todo, una parte de mí no quería abandonar lo poco que conocía, aunque ese «poco» estuviera lleno de dolor.Sentí la mano de tía Marta acariciando mi pelo.—No sé lo que le pasa a tu tío, no entiendo cómo tiene corazón para hacerte daño, mi niña.Sus palabras eran suaves y denotaban una tristeza genuina. Cerré los ojos por un instante, deseando con todas mis fuerzas que ella fuera mi madre. ¿Cómo sería mi vida entonces? Seguramente, no estaría temblando de frío y mied
Catalina.Di dos pasos más mientras el tembloroso haz de luz de mi móvil rasgaba la oscuridad de las sucias paredes del callejón. Y entonces, la luz tropezó con algo. Se trataba de un hombre. Tirado en el suelo, la oscuridad lo engullía casi por completo, pero la sangre que lo rodeaba se veía bajo la luz húmeda y oscura.—¿Quién es...?La pregunta tembló en mis labios, sin encontrar voz. ¿Quién podía infligir una brutalidad así? La respuesta, fría y desoladora, se abrió paso en mi mente como una cuchillada: hacía tiempo que la humanidad había extraviado su camino. Por unas míseras monedas, la vileza humana no conocía límites.Un torbellino de emociones me sacudió. El miedo seguía allí, agudo, recordándome el peligro y la posibilidad de que quien le hizo esto aún estuviera cerca. Pero, por encima de ese terror, sentí una oleada de indignación y una pizca de lástima.Dudé por un segundo, mientras la imagen borrosa de sus heridas se grababa en mi mente. ¿Debía involucrarme? ¿No sería más