Mientras las luces de la ciudad comenzaban a titilar como estrellas fugaces en el horizonte, Catalina y Francesco se sumergieron en el efervescente ambiente de la velada.El aire vibraba con conversaciones animadas, risas cristalinas y el suave tintineo de las copas alzadas para brindar por un futuro incierto, pero lleno de promesas.Ser partícipes de un evento tan significativo, el compromiso de un político cuya figura ya se alzaba como un faro de esperanza para muchos, iba más allá de la mera cortesía social.Para ellos, la invitación era un reconocimiento de su propia valía dentro de los círculos influyentes de la sociedad.No se trataba de una necesidad de validación externa, sino de la confirmación de un estatus que ya poseían y que les permitía observar el devenir de los acontecimientos con una perspectiva privilegiada.En medio del bullicio elegante, cada intercambio de palabras, cada mirada cómplice entre ellos, tejía un hilo invisible que los conectaba aún más con el pulso de
—No tengo nada que contarte, Marta. Gracias por lo que has hecho por mí desde que llegaste a la casa. Si me lo permites, te daré un consejo sincero: aléjate de mi tío, no es buena persona.—Tobías me dijo que te mandó a Francia con tu tía, la hermana de tu madre —soltó Marta.—¿Y te creíste eso? —preguntó Catalina, llevándose la copa de champán a la boca para tomar un sorbo.—No, la verdad es que fui a Francia para buscar a tu tía, pero no la encontré. Su marido me dijo que estaba de viaje.—¿Su marido? Que yo sepa, mi tía no tiene ningún marido —dijo Catalina, y en ese instante Marta se dio cuenta de que había dicho algo que no debía.—Me tengo que ir, Catalina. Espero que te vaya bien lejos de Tobías —se despidió Marta, dándose la vuelta rápidamente para alejarse de la mesa donde estaba la joven.Una oleada de impulsividad recorrió a Catalina, instándola a levantarse de inmediato y seguir a Marta para confrontarla y desentrañar el significado de sus extrañas palabras. La necesidad d
—¿No vas a preguntarme qué pasó? —dijo Francesco después de bajarse del coche y ayudar a Catalina a salir.—¿Quieres contármelo? —respondió ella, caminando a su lado con el brazo alrededor de su cuello hacia su habitación.—La encontré hablando con Roger Bianchi.—¿Roger Bianchi? ¿Quién es?—Roger es el primo de Aurora. No sé qué malas ideas se le pasarán por la cabeza, pero no voy a permitir que se acerque a mi hermana. No me fío de nadie de esa familia. Son capaces de cualquier cosa para conseguir lo que quieren y no quiero que Lucía se vea envuelta en sus problemas ni que sufra. Por eso me puse tan nervioso cuando los vi juntos. No quiero que mi hermana sufra por culpa de esa gente.—No creo que todos sean malos. No puedes juzgarlo solo por lo que hizo su prima —le dijo Catalina, tratando de hacerle ver otro punto de vista.—Quizá tengas razón. No lo conozco mucho; él vivía en España y vino a Italia justo cuando mi relación con Aurora ya casi había terminado. Nunca me cayó muy bien
Francesco le acarició la mejilla con ternura y una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo. Sus dedos se deslizaron con lentitud hasta alcanzar el delicado arco de su mentón.Con una presión apenas perceptible, guió su rostro hacia arriba, buscando sus ojos con una intensidad silenciosa que detuvo por un instante el bullicio del mundo que los rodeaba.En ese breve instante, solo existía la conexión entre sus miradas, un universo de emociones tácitas que danzaban en el brillo de sus pupilas.Francesco contuvo el aliento, sintiendo un nudo formarse en su garganta ante la imagen que se grababa en su memoria. Jamás, en todos sus años, se había topado con una mirada que irradiara tal limpieza, una pureza cristalina que parecía emanar directamente de un alma inmaculada. La inocencia que Catalina le ofrecía con la mirada era un bálsamo inesperado, una luz suave que disipaba cualquier sombra que pudiera albergar en su interior.Era como asomarse a un manantial prístino, donde cada pensamie
Catalina clavó su mirada en su tío y, por primera vez en su vida, sintió que su mirada no lograba doblegarla. Ya no sentía aquel escalofrío de temor que solía paralizarla en su infancia.Él había perdido el poder de hacerla sentir insignificante e intimidarla con una sola ojeada gélida. La niña a la que había echado sin piedad a la calle era ahora una mujer fuerte y resiliente.Tampoco era la joven indefensa a la que había secuestrado y vendido como si fuera una simple mercancía, arrebatándole su dignidad y libertad. Las cicatrices del pasado aún estaban allí, pero ya no definían su presente ni su futuro.En su mirada firme, su tío solo encontró el reflejo de una mujer que había renacido de sus cenizas, más fuerte y decidida que nunca.—Tobías —susurró Francesco con una voz tan fría que parecía cortar el aire—. ¿Qué haces en este lugar? —preguntó, levantándose de su asiento con lentitud, pero con tensión en cada músculo.—¿No has oído lo que acabo de decir?—Tienes algo que es mío y h
—Ni se te ocurra pronunciar una sola palabra más, Praga, porque te juro por lo más sagrado que no saldrás con vida de este lugar —le aseguró Francesco, descargando otro golpe furioso en el rostro de Tobías.—¡Suéltame! No te atrevas a... —intentó replicar Tobías, pero sus palabras quedaron ahogadas por la rabia de Francesco.Una vez más, Francesco lo calló violentamente, propinándole un golpe tan fuerte que le reventó el labio y le empezó a sangrar abundantemente por la nariz, como si fuera una fuente descontrolada.—Déjalo marchar, Francesco. No merece la pena ensuciarte las manos por alguien tan despreciable como él —intervino Catalina con voz firme, apartando a Francesco del cuerpo malherido de su tío.Catalina cargaba con el peso de un linaje manchado, la sombra proyectada por la figura de su tío, un hombre consumido por el resentimiento y las actividades delictivas.Esta realidad era una espina clavada en su costado, una fuente constante de preocupación. No deseaba, bajo ningún c
A pesar de la inesperada tranquilidad que siguió a su acalorada discusión con Tobías, una sensación de inquietud se apoderó de Catalina. El silencio pesaba, estaba cargado de una tensión latente, más intensa de lo que cabría esperar tras una resolución pacífica.Cada día que pasaba sin más confrontación solo aumentaba su sospecha: una persistente sensación de que la tormenta no había pasado realmente, sino que simplemente se había retirado para reunir fuerzas.Se sentía constantemente al límite, con los sentidos agudizados, escaneando su entorno en busca de cualquier indicio de un nuevo conflicto. Los rostros de quienes la rodeaban parecían ocultar significados, y sus comentarios casuales estaban cargados de posibles dobles sentidos.El sueño ofrecía poco respiro; a menudo, en sus sueños se repetía la discusión con Tobías, cada vez con un giro más oscuro y ominoso.Esta calma imprevista se había convertido en un tipo diferente de tormento, un juego de espera psicológico que mantenía l
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a