Francesco irrumpió en su oficina con la furia de un huracán. Las palabras de Vito resonaban en su mente: problemas con el tráfico de perlas, una operación que siempre habían ejecutado con maestría, ahora inexplicablemente demorada justo cuando todo estaba acordado. La facilidad con la que su mafia solía llevar a cabo estas transacciones se había esfumado, dejando tras de sí un rastro de interrogantes y una creciente sensación de que algo no marchaba bien.—¡Por el infierno! ¡Dime qué pasó con las perlas! —exigió Francesco, dejando caer su cuerpo en la silla detrás del escritorio. Abrió su portátil y tecleó velozmente para entrar en su sistema.—Para serle sincero, jefe, no sé qué contestarle —respondió Vito. —Las trajimos desde Moscú y la gente de la mafia rusa no supo qué decirnos. Comentaron que las perlas salieron a su nombre rumbo a Roma, pero que otro mafioso las compró ofreciendo más dinero.—¿Quieres decir que Dante Romanov no cumple sus tratos? —La cólera de Francesco era palp
Catalina contempló fijamente el mar, dejando que su mente divagara por los días transcurridos en la isla. Francesco había tenido la consideración de enviarle una cesta con provisiones y también había dispuesto que le llevaran ropa de su talla.Algunas prendas le ajustaban a la perfección, mientras que otras no tanto, pero aun así, agradeció profundamente el detalle.—¿De verdad puedo depositar mi confianza en él? —se preguntó en voz baja, dirigiéndose a la brisa marina.A pesar de la calma que la envolvía en aquel entorno aislado, una sensación de inquietud persistía en Catalina. Sentía la necesidad de retribuir de algún modo la generosidad que Francesco Vannucci le demostraba.No deseaba que él malinterpretara sus intenciones, ni mucho menos que la considerara una oportunista. Las tareas de limpieza en la casa, aunque las realizaba con esmero, no representaban un trabajo genuino que saldara su deuda de gratitud.Impulsada por la curiosidad, Catalina se levantó. La pregunta "¿Quién era
Francesco escuchó atento las palabras de Catalina. Jamás en su vida habría llegado a imaginar, a suponer que la joven tuviera una mente tan brillante. Por supuesto que no la consideraba tonta, pero la pasión con la que hablaba era tal que sus propios problemas con Tobías Praga pasaron completamente a segundo plano.—¿Cómo posees tal conocimiento? ¿Acaso has laborado en algún establecimiento de joyas? —inquirió tras la pausa que se estableció en la estancia.—No. En mi justificación puedo alegar que curso la carrera de creación de alhajas. O, mejor dicho, cursaba —expresó, modificando su semblante previamente jovial a uno apesadumbrado.—¿En serio ignoras mi identidad? —interrogó, apartando los bosquejos y levantándose.—No, desconozco quién eres. Aunque no se requiere gran perspicacia para discernir que eres un hombre adinerado, quizás extremadamente rico —manifestó, haciendo una gesticulación de desagrado.Francesco alzó una ceja, mostrando sorpresa ante el matiz utilizado por Catali
—Si te parece bien, prepararé algo fácil para cenar —propuso ella amablemente.—No, tranquila, Catalina. Hoy creo que tengo la excusa ideal para ir al pueblo y comer fuera —respondió él.—Perdón, seguro que no estás acostumbrado a comidas sencillas —comentó ella. Catalina solo tenía huevos, jamón, lonchas de cerdo ahumado y pan.—No dije lo correcto, iremos a cenar al pueblo, quiero festejar que tenemos a una de las mejores creadoras que he conocido —elogió Francesco a la joven.—Soy una alumna —le corrigió ella.—La habilidad se nace con ella y se mejora con el tiempo, y por lo que he visto, tú la has mejorado mucho antes de estudiar diseño. Es como si la llevaras contigo desde siempre —afirmó él con seguridad.La joven asintió con la cabeza, un gesto que buscaba sellar el acuerdo sin necesidad de palabras. Sin embargo, tras esa aparente aceptación, una corriente subterránea de pensamientos intentaba aflorar.Intentó desviar su mente de la cruda realidad que la rodeaba, de esa herenc
—Estás exagerando —murmuró antes de levantarse y salir a pasear por la orilla de la playa.Francesco observó cómo su figura se alejaba, dejando una leve huella en la arena con cada paso. Una suave preocupación se dibujó en su rostro mientras terminaba de hacer los cálculos.Luego, con paso tranquilo, se dirigió hacia ella, sintiendo la brisa marina y el murmullo de las olas acompañar su andar. La necesitaba cerca, no solo por el trabajo que les esperaba, sino también por la conexión inesperada que empezaba a surgir entre ellos.—No estoy exagerando, Catalina —aseguró Francesco con convicción—. Como experto en este campo, preveo un porvenir brillante para ti y me siento satisfecho de haber reconocido tu talento.Con un movimiento casi imperceptible, Catalina se apresuró a secar las lágrimas que amenazaban con desbordarse.Su detención fue tan repentina que tomó a Francesco por sorpresa; no tuvo tiempo de reaccionar y terminó impactando suavemente contra su espalda.El contacto, aunque
Catalina tomó el documento y lo examinó con atención. Le pareció que cada cláusula y condición laboral eran justas y razonables, y se ajustaban a lo que esperaba.Sin embargo, al llegar a la sección dedicada a la remuneración, se sorprendió.La cifra establecida para su salario era considerablemente superior a lo que había imaginado, por lo que se sumió en una mezcla de decepción e incertidumbre sobre su futuro en la empresa.—El salario es alto —comentó Catalina, pensando que Francesco lo hacía para ayudarla a pagar su deuda.—Claro que no. Es la remuneración que recibe cualquier creador aquí, puedes preguntar si deseas —le aseguró Francesco.Catalina no podía creerlo: ¿cómo era posible que un diseñador percibiera una suma de dinero tan considerable?Su mente luchaba por asimilar la cifra, que excedía con creces cualquier expectativa que hubiera podido tener. Le parecía irreal, casi un error.En su experiencia, las recompensas económicas nunca habían sido tan generosas, por lo que emp
—Romanov —saludó.Francesco inspiró hondo para contener cualquier improperio dirigido al individuo y centró su mirada en Catalina, que estaba frente a él.—¿Qué ha dicho? —inquirió, percatándose de que se había distraído con lo que el ruso había dicho.—Me disculpo por el inconveniente con el cargamento ilícito de madreperlas. Uno de mis subordinados gestionó las perlas con Praga porque afirma que usted se negó a recibirlos y a pagar el importe correspondiente.Francesco tensó la mandíbula. Resultaba más que evidente que todo estaba meticulosamente planeado por Tobías Praga.—De ningún modo, Romanov. No es el primer trato que tú y yo concretamos, Romanov, y me siento profundamente defraudado por la pérdida de un lote tan significativo de perlas para mis talleres. No obstante, entiendo que, si no desea asumir la responsabilidad, podemos dar por concluidos nuestros pactos sin que usted me sancione.—Por ese motivo te he contactado, Francesco. No quiero perder a un cliente como usted. Me
Francesco la estrechó en sus brazos sin emitir sonido alguno y le ofreció consuelo en un silencio elocuente mientras le resbalaban las lágrimas por las mejillas.Él, un hombre poco dado a las lágrimas, sintió en ese momento la imperiosa necesidad de hacerlo; percibía el alma destrozada de Catalina y le causaba un profundo dolor la idea de que alguien pudiera maltratar de esa manera a un espíritu joven y noble.En ese abrazo silencioso y compartido en la humedad de las lágrimas se tejía un lazo de empatía profunda, un reconocimiento tácito del sufrimiento padecido y una promesa implícita de apoyo en el camino hacia la sanación.La vulnerabilidad de Catalina había despertado en Francesco una ternura protectora y el anhelo de reparar las heridas infligidas por la crueldad del mundo.—Disculpa, no era mi intención importunar —dijo la voz femenina, y Catalina se separó rápidamente del abrazo de Francesco. Se dirigió al baño que había visto y evitó mirar a la mujer que acababa de irrumpir e