Capítulo 17. Calma en medio de la tormenta.
El hambre atenazaba a Catalina, por lo que no pudo rehusarse a ir al comedor. A pesar de la momentánea calma entre ellos, la idea de saldar su deuda persistía en su mente, como una forma de asegurarse de que él nunca pudiera reclamarla como posesión suya.
Catalina comió con avidez, engullendo todo lo que Francesco dispuso ante ella. Estaba famélica, una necesidad que no había reconocido hasta que el aroma de la comida caliente asaltó su olfato, haciéndole la boca agua.
Olvidándose de las normas de cortesía, devoró cuanto pudo, todo bajo la observadora mirada del hombre que solo tenía una taza de café frente a sí.
Francesco la observó y, por primera vez, saboreó la compañía de una mujer sin artificios. Esa era Catalina: una mujer genuina que no tenía reparo en mostrarse tal cual era.
Sin embargo, también emanaba un aire aristocrático, y su belleza... él no recordaba haber contemplado una mujer tan impecable en todos los aspectos.
Se esforzó por reprimir el gemido que amenazaba con esca