Alexander.
Habían pasado dos días desde que habíamos desayunado todos juntos. Desde ese momento traté de hablar con Daria, pero esta me evitaba. Aún no entendía el porqué, pero estaba desesperado, pues deseaba estar junto a ella. Ares no decía ni hacía nada, pero sabía que se sentía igual que yo.
Así terminé un día más, un día en el que no logré conversar con ella. Derrotado, me fui a mi habitación. Después de tomar una ducha, me recosté en la cama.
Habían sido un día muy ajetreado, pues había mucho que hacer con la partida de la manada luna escarlata.
No sé en qué momento el sueño me venció, lo cierto es que me desperté con mi cuerpo ardiendo, mi miembro palpitaba adolorido queriendo salir de mi ropa interior.
Me senté en la cama, con la respiración acelerada. ¿Acaso había tenido un sueño erótico? —me pregunté, pero no recordaba nada.
Un ligero aroma llegó a mis fosas nasales, era ligero; aun así, podía diferenciarlo. Era el aroma de mi compañera y no era cualquier aroma, podía recon