KAELAN
Lo vi llegar a mi manada como un espectro. Rhyd no caminaba: arrastraba el peso de algo que lo había desmoronado por dentro. Andrew y Davis lo observaron en silencio desde el pasillo, tensos, porque hasta ellos podían percibir la gravedad en su mirada.
—¿Qué ocurrió? —le pregunté, aunque ya presentía que sus palabras traerían más oscuridad de la que teníamos encima.
Rhyd se detuvo frente a mí. Su respiración era irregular, sus ojos llenos de rabia y vergüenza.
—Lo vi. A él.
Fruncí el ceño.
—¿A quién?
—A Aris. —Su voz tembló, como si decir ese nombre le desgarrara la garganta—. Kael, es imponente… es alto, fuerte, y su cabello blanco recogido en una trenza lo hace parecer un rey de antaño. Tiene tus mismos rasgos, pero endurecidos. Y sus ojos… maldición, sus ojos celestes no tienen compasión.
Andrew y Davis intercambiaron miradas. El silencio se volvió un cuchillo.
—Zarina estaba con él —añadió Rhyd, escupiendo el nombre con asco—. Es su compañera, su reina. Y lo sabía todo, Kae