LAURENTH
La capa pesaba más que el mundo.
Estaba empapada de sangre, la mía, la de Aris, la de todos los que murieron—, y aun así el peso no venía de eso… sino de lo que habíamos hecho.
La guerra había terminado. Pero dentro de mí, el silencio era más ensordecedor que el rugido de la batalla.
Kael caminaba a mi lado, su pecho desnudo cubierto apenas por otra capa. Sus ojos, aunque cansados, seguían vigilando todo a nuestro alrededor.
A cada paso, el suelo crujía bajo nuestros pies. Detrás, Rhyd y Mila venían tomados de la mano, igual de agotados, igual de rotos.
Kael había mandado a buscar ropa para todos, y en poco tiempo las mantas y el barro fueron reemplazados por prendas limpias.
Un vestido largo azul oscuro cubría mi cuerpo, sencillo pero cálido, y el mismo color vestía a Mila.
Kael y Rhyd llevaban pantalones de lino y camisas abiertas que dejaban ver las heridas ya cicatrizadas.
No hablábamos.
No hacía falta.
El único sonido era el de nuestros pasos apurados hacia el único luga