LA GUERRA NO ESPERA.
ARIS
El norte respira con hielo y acero. Desde mi torre puedo sentir el latir de la tierra: tropas que se acomodan, hombres que afilan, lobos que husmean la frontera como si la piedra también tuviera olor. El olor a leña quemada y hierro llena mi boca. No permito que la rabia me gobierne; la rencilla es un fuego que hay que atizar con cabeza, no con impulsos. Hacer de la ira una maquinaria es mi arte ahora.
Reviso las líneas por enésima vez: vanguardia ligera en los bosques, escuadrones de choque listos para quebrar la cintura del enemigo, arqueros escondidos en las copas, hombres de asalto con cuerdas y ganchos preparados para acceder a murallas. Mensajeros vienen y van cubriendo el mapa que hemos ido trazando en la memoria. Cada columna tiene un nombre, un número, un objetivo.
El nombre de Kael me arde en la garganta. No quiero que me posea el puro deseo de venganza; la venganza sin arte es un suicidio. Por eso he tejido alianzas, comprado silencios, prometido oro donde no hay ley.