Fleure
La puerta se cierra con un golpe seco, y el barniz de la velada se quiebra de inmediato, como si la noche estuviera esperando solo este gesto para revelar su verdad. El aire aún está saturado del perfume de los flashes y los murmullos. Pero dentro del coche, ya solo estamos Aaron y yo. Y este silencio... un silencio agudo, tenso como una hoja lista para morder.
Aaron no dice nada, sus manos, inmóviles en el volante, tienen ese control helado que me molesta tanto como me fascina. Su perfil es una escultura, fija en la luz metálica de los faroles. Podría parecer que podría enfrentar a toda una horda de buitres mundanos, impasible, invencible. Yo, solo soy un susurro desgarrado, una carne cansada, aún ardiente de las miradas.
– Te has manejado bien, suelta al fin, sin dignarse a mirarme.
Su voz es suave. Demasiado suave. Como una puerta que se cierra sobre toda emoción.
– ¿“Bien manejada”? ¿Eso es todo?
Me río, una risa sin alegría, como un destello amargo. Él gira la cabeza hacia