Aaron
El mundo se reduce a esta habitación. A este aliento compartido. Su cuerpo contra el mío ya no es un accidente, sino una evidencia. El último baluarte acaba de caer.
Sus dedos se crispan sobre la tela de mi camisa, sus falanges blancas traicionando la misma tormenta que arde en mí. La contengo, inmóvil, sabiendo que el más mínimo movimiento será la chispa. La chispa que consumirá todo.
Ella levanta la vista hacia mí. Su mirada es un abismo de desafío y rendición.
— Dilo. Dime que lo quieres.
Su voz es un hilo, baja y áspera. No pide, exige. Reclama la verdad que he huido tanto tiempo. Podría seguir mintiendo. Inventar una razón, una prudencia, un deber. Pero las palabras son cenizas en mi boca.
— Te quiero.
No es una confesión. Es una renuncia. Una declaración que me vacía de toda fuerza, de toda voluntad, excepto una: ella.
Un escalofrío recorre su cuerpo. Su mano resbala a lo largo de mi cuello, temblando. Este simple contacto me quema, me electriza. El silencio entre nosotros