Fleure
El tic-tac del reloj se estira, obstinado, como un latido del corazón demasiado fuerte.
La suite está sumida en una penumbra tibia; solo algunas brasas de luz escapadas de la ciudad recortan los muebles en siluetas vacilantes.
La lluvia, afuera, persiste, un cortina líquida que aísla el mundo tras los cristales.
Aaron permanece frente a mí, tan cerca que adivino el calor de su cuerpo a pesar de la delgada capa de satén que me separa del aire.
Cada respiración se convierte en un eco; creo oír el roce de su aliento deslizarse contra mi piel, mientras ninguna palabra cruza nuestros labios.
Sus ojos, de un gris casi metálico, atrapan los míos.
Dicen más que frases, más que el silencio: arden con una fiebre que reconozco porque también retumba en mí.
Quisiera hablar, romper este vértigo, pero mi garganta se cierra.
La lluvia marca el ritmo de la espera, un latido regular que se mezcla con el tempo irregular de mi corazón.
Sigo sintiendo en mis labios el perfume del champán y d