Fleure
La luz grisácea se infiltra a través de las cortinas cerradas, una fina hoja de metal que recorta la habitación.
Casi no he dormido.
Cada crujido del parquet, cada latido de mi corazón ha servido de vigía. Como si la noche se hubiera sentado al borde de la cama para observarme respirar.
Me levanto antes de que el despertador suene. El aire es frío, cortante. Es ridículo, Fleure. Solo fue una voz. Solo un murmullo detrás de una puerta.
Me repito estas palabras mientras me enjuago la cara, pero el agua helada no ahuyenta la sensación de que todavía está ahí, en alguna parte, en la sombra de las paredes.
El espejo me devuelve un reflejo pálido, el cabello enredado, los ojos marcados.
Él no verá que has dormido mal.
Me recojo el cabello hacia atrás, subo el cuello de mi suéter, cada gesto una armadura invisible.
Cuando abro la puerta, un escalofrío me recorre: el pasillo huele a café caliente... y a él.
Está apoyado en la barandilla de la escalera, con una postura relajada, pero su