Esa tarde, Ricardo llegó a casa justo a la hora de la cena. El aroma de la comida flotaba en el aire, pero el apetito parecía haberlo abandonado. Sentado en la mesa observaba a las mujeres comer, después de un largo suspiro comenzó a hablar con voz grave.
—Tengo algo que informarles.
Las dos mujeres alzaron la vista al unísono, clavando en él sus miradas expectantes. Lena notó al instante la tensión en los hombros de su padre, y la preocupación que teñía su rostro.
—¿Pasó algo, papá? —preguntó, aunque algo en su instinto ya le advertía que no era nada bueno.
Ricardo respiró hondo otra vez, como si el aire de sus pulmones pesara más de lo normal. Con el semblante apagado, comenzó su relato:
—Hace seis meses cometí un error. Caí en una estafa, sin saberlo compré materiales de construcción defectuosos. Los usamos en los proyectos inmobiliarios y empezaron a fallar: grietas en los cimientos, humedades… Ahora la empresa enfrenta demandas por incumplimiento de contrato. —Su voz se volvió ás