Las tierras que el hermano de Andrew Scott, marqués de Wellingham perdió antes de su precipitada muerte sólo se podían recuperar embaucando a la nueva dueña de las mismas, una solterona y romántica dama escocesa, quien a sus veinticinco años aún cree que el verdadero amor existe y, peor aún, que alguien a su edad puede conseguirlo. Determinando que la dama será una presa fácil de conquistar, para un libertino tan astuto como él, Andrew la lleva hasta el altar, para finalmente descubrir que lo más valioso de lady Eugenia Simpson no eran las tierras que él tanto añoraba, sino el corazón que estaba a punto de perder a causa de todas sus mentiras .
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Las cosas no estaban saliendo como esperaba… Era el tercer aniversario de la muerte de su querido hermano, y al parecer el clima estaba de acuerdo con su estado de ánimo, pues afuera se desataba una intensa tormenta muy propia del invierno inglés. Las gotas de lluvia azotaban las ventanas y a lo lejos se escuchaban los truenos que parecían gritar como el quisiera hacer.
Estaba molesto, frustrado y no sabía que más hacer, su hermano había dejado una implícita obligación que cumplir hacia la memoria de su madre. Puesto que el muy idiota había perdido las tierras ancestrales de la familia Holdstoke, en un maldito juego de cartas.
¡No sé lo podía creer! ¡Aquello era una pesadilla! ¿Acaso era una broma, un chiste, para el Laird Graham Simpson? Era la tercera vez que rechazaba sus cartas en donde le pedía reunirse con él. A pesar de que su rango era más alto en la nobleza pues era un marqués, al arrogante Laird eso parecía traerle sin cuidado.
Estaba dispuesto a pagar lo que le pidiera con tal de recuperar esas tierras que tantos buenos recuerdos le traían. Por más que lo intentaba no lograba comprender que pasaba por la cabeza de su hermano en ese momento, para comprometer todo un patrimonio que les habían enseñado a amar y cuidar. Leyó su diario una y otra vez buscando una pista, una respuesta de la razón de su locura.
¡Malditos fueran sus padres por morirse y dejar a su hermano a cargo de todo! ¡Maldito fuera Alexander por ser tan idiota! ¡Maldita fuera Lady Trelawney y Laird Simpson por no tener corazón! ¡Y maldito él mismo por querer y no poder cumplir con una promesa no dicha hacia sus seres amados! Todo sería diferente si hubieran sido una familia fría y estoica como la mayoría de la nobleza, pero no, sus padres se amaban y amaban a sus dos hijos a pesar de lo rebeldes que en algunas ocasiones pudieran ser.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que incluso olvidó que su mejor amigo Phineas Brice segundo hijo del Duque de Saint James se encontraba también en el despacho, hasta que éste habló.
—Ahora que tus opciones para recuperar Greelane se han reducido ¿Qué piensas hacer?
—Creo que lo mejor es dirigirme directamente a Escocia, buscar al nuevo dueño y tratar de llegar a un acuerdo que nos satisfaga a ambos.
—Según el último informe, dicen que se las regaló a su hermana el día de su cumpleaños.
—Son solamente chismes y rumores, no creo que alguien quiera ceder una propiedad así de grandiosa para una dote.
—Podría ser, pero también sé que la hermana es una solterona, posiblemente eso contribuyó en algo al plan de Simpson. Aparte de estar desesperado por casar a su hermana querrá tenerla cerca en caso el marido intente pasarse de listo.
—Iré a Escocia. Trataré de hablar con el Laird por una última vez, y si eso no funciona… Que Dios se apiade de las almas que se crucen en mi camino porque no descansaré hasta que esas tierras sean mías nuevamente y ten por seguro que haré lo que sea necesario para recuperar lo que me pertenece.
Y con un último trago terminó el brandy que tenía en su vaso. Las llamas de la chimenea seguían crepitando y él volvió a perderse en sus pensamientos.
La suerte estaba echada. Nada ni nadie se iba a interponer en sus planes. La vida era un juego y él no estaba dispuesto a perder absolutamente nada más
Andrew se quedó boquiabierto. El que esa mujer se acercara a intentar hablar con él, era inadmisible. ¿Qué podía querer? ¿De qué pensaba hablar con él ahora? Habían pasado más de tres años desde la última vez que hablaron formalmente. Era demasiado tarde si pensaba pedirle perdón por todo lo que sucedió aquella noche por su culpa. Es cierto que asistió a su fiesta, pero solo porque tenía un objetivo en mente, no porque le hubiese perdonado y quisiera entablar una amistad. Ella era la principal culpable de todos sus problemas.—Buenas noches. Lady Cecily… perdón por mi falta, Lady McDonald —escupió con desprecio.—No es mi intención quitarle demasiado tiempo Andrew.—Lord Wellingham, para usted.—Entonces; Lord Wellingham será—. Respondió Cecily, sin dejarse amilanar con sus palabras. —Conozco sus intenciones para casarse con Eugenia. Debo decir que quedé estupefacta cuando ella nos dio la noticia, y no me extraña para nada que usted esté de acuerdo en no come
Apoyado contra la pared se encontraba Andrew en el último evento al cual había asistido. Solo había pasado un par de días después de proponerle matrimonio a Eugenia y no podía evitar que su mirada la siguiera por la habitación mientras bailaba un vals con lord Hightower. Había algo diferente en ella esta noche. Su sonrisa era más brillante, sus ojos más vivos, y en cuanto a su vestido, bueno, no creía haber visto a nadie más hermoso en su vida.Se recordó a sí mismo que su matrimonio era un medio para lograr un fin. Realmente se odiaba por ser tan cruel, pero él era un marqués a quien le habían arrebatado a su hermano por simple ambición. Aunque no podía probarlo estaba seguro que Campbell tenía algo que ver. Y a pesar de no merecerlo, sabía que Eugenia había comenzado a preocuparse por él más de lo que merecía.No le gustaba engañarla. No era culpa suya que su hermano hubiera sido un imbécil y hubiera perdido su propiedad en un juego de cartas, pero tampoco el hermano d
Eugenia vio a sus amigas, esperando que el impacto de su compromiso les permitiera hablar, y pronto. Ambas mujeres la miraron con la boca abierta y los ojos muy abiertos. —Digan algo, ¿quieren? Saben que me importa mucho saber su opinión. Cecily habló con el puño en la boca, parpadeando por su estupor. —¿Te vas a casar con el marqués Wellingham? ¿Cuándo empezó a cortejarte en serio? Yo… simplemente no lo entiendo. No lo conoces.—Más importante —dijo Megan, con la boca aún abierta. ¡¿En qué momento su interés llegó más allá del coqueteo inocente a una oferta de matrimonio?! Eugenia extendió las manos pidiendo calma. —Ha sido un torbellino, lo sé. Mi hermano ni siquiera ha sido informado, pero creo que Andrew y yo nos entendemos bien. Es divertido, atento, dulce y se preocupa por mí—. Quería continuar y decirles a sus amigas que sus besos eran devastadores y le hacían encoger los dedos de los pies, que sentía un torbellino en su estómago
Andrew se quedó quieto, puso a trabajar su mente pues se encontraba dando vueltas para formar una respuesta y recordar todas y cada una de las mentiras que había dicho hasta ahora. Lady Eugenia no era tonta, un desliz de su lengua, y su habilidad para conquistarla y la labor por recuperar su propiedad terminarían. Aunque seguía pensando que la propiedad era lo principal, en el fondo una vocecilla le aseguraba que eso se estaba convirtiendo en algo secundario. Deseó poder tragarse su propia lengua estúpida. ¿Cómo salir de este lío de palabras que había creado?—Mi madre era escocesa y tenía una casa aquí, pero yo era demasiado pequeño para recordar dónde—. Cerró los ojos un momento, odiando el hecho de que se había hecho parecer un idiota.—Qué lindo que tenga una conexión aquí también. Podría decir que me gusta un poquito más ahora que ayer, hasta me hace ignorar por un momento que es un inglés —bromeó ella, riendo por lo bajo.Sus palabras burlonas hi
Paseando por el vestíbulo de la casa de la condesa de Mounthbatten, se encontraba Eugenia escuchando atentamente si algún carruaje se detenía frente a la casa. De vez en cuando cesaba en su caminata nerviosa, y se asomaba por las ventanas delanteras junto a la puerta, con cuidado de no mover las cortinas de encaje que colgaban allí; no fuera que lord Wellingham hiciera acto de presencia y la viera esperando demasiado ansiosa.Aunque, ciertamente estaba impaciente por marcharse a solas con su señoría. Su doncella estaba sentada en una silla cercana, con un libro apretado con fuerza en sus manos y sin el menor interés en lo que estaba haciendo Eugenia. Después del beso de anoche, apenas había dormido. La idea de que él se hubiera escurrido con ella a la biblioteca de los Fitzgerald y la hubiera besado hasta que los dedos de sus pies se curvaran en sus zapatillas de seda tal como había dicho Megan en algún momento, la sorprendió todavía más. Su corazón latía
Andrew no estaba seguro de dónde venía la necesidad de tener a lady Eugenia para él solo, pero estaba allí, tan seguro como el aire que respiraba, o el vino que bebía, él la deseaba. El último día sin verla había sido el más largo de su vida. Era totalmente impropio de él pensar constantemente en una mujer en particular. Y, sin embargo, eso era exactamente lo que estaba haciendo.Había querido verla la mañana en que había dejado la propiedad de Lady McDonald, pero no la había visto en la sala de desayunos ni en ninguna de las otras salas de la planta baja abiertas a los invitados. No estaba seguro de qué le habría dicho si ella hubiera estado allí. Tal vez necesitaba recordarse a sí mismo que lo que habían compartido no era una fantasía imaginada, que ella le había devuelto el beso, se había hundido en sus brazos y le había permitido llenarse de ella tanto como había deseado.Oh, por todos los demonios del infierno. Si seguía pensando de esta mane
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