8. El beso

—Apenas he bebido vino, milady. Y déjeme decirle que no es el vino lo que me ha embriagado.

  «Oh por Dios… ¿Realmente había dicho tal cosa?» 

 —Y que es lo que ha bebido el día de hoy entonces.

Creo que no le gustan los cumplidos —dijo Andrew, quizá no haya escuchado los suficientes de ellos—. Él la alcanzó, tomando su rostro entre sus manos. 

 Eugenia jadeó, sin saber qué hacer, qué decir o pensar. ¿Iba a besarla? Nunca antes la habían besado de la manera en la que él pensaba hacerlo y ahora, en sus brazos, no podía pensar en nada que quisiera más. Era tan abrumadoramente guapo, sus ojos azul oscuro y su mandíbula fuerte, sus labios que la hacían querer cerrar el espacio entre ellos y tocar su boca con la de él.

  «Si tan solo pudiera ser tan atrevida». 

 Como en un sueño, él se inclinó lentamente y luego sus labios rozaron los de ella. Eran tan suaves como imaginaba, y luego el beso cambió. Él cerró la bo

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