Una charla peligrosa (3era. Parte)
La misma noche
New York
Alan
Alguien dijo una vez que seducir a una mujer es como cerrar un trato importante: tienes que leer entre líneas, descifrar cada gesto, cada silencio, cada palabra que no dice. No basta con soltar promesas dulces como caramelos baratos, porque si te precipitas diciendo justo lo que esperan oír, pierdes la oportunidad de llenar tus bolsillos.
Con ellas, la estrategia es la misma. Te conviertes en un cazador paciente, leyendo el lenguaje de sus cuerpos como un mapa antiguo, siguiendo la curva de una sonrisa traviesa, el parpadeo nervioso, la ligera inclinación de sus caderas. Si te lanzas de golpe, si revelas todas tus cartas sin invitar al juego, lo único que recibirás será un portazo en la cara. No habrá cama desordenada, ni piel contra piel. Solo frustración y una amarga sensación de derrota. Así que esperas que sean ellas quienes crucen la distancia. A que el trato se cierre... en sus propios términos.
Esas son mis reglas de seducción, las que siempre he se