Angélica
Los besos de Ernesto por mi espalda me despertaron. No había dormido mucho, debieron de ser solo unos minutos, hasta hace poco terminamos de hacer el amor. Estar en sus brazos era lo mejor que me había pasado, así la gente nos vea mal. No era mi hermano, no cometemos incesto.
A menudo debo de decírmelo para no entrar en miedo cuando pienso en nuestros padres. Pero nuestro problema, eran ellos. Sé que podíamos enfrentar al mundo, pero no queríamos decepcionarlos a ellos.
—Ángel, debemos regresar. Son las cuatro de la mañana.
—No quiero.
—Debemos hacerlo.
Su mano acarició la desnudez de mi trasero. Lo apretó, si no fuera principiante estaría una vez más disfrutando de su cuerpo de nuevo, pero la verdad me sentía adolorida. Apartó el cabello, dejando a su disposición el cuello.
—Te amo, no quiero ocultarme, Ernesto.
—Lo sé. —besó mi hombro—. Sin embargo, debemos esperar un poco. Sobre todo, para saber qué les diremos a nuestros padres o cómo abordaremos el verlos a los ojos. Po