Angélica
Me desperté en una habitación, atada de manos, pies y amordazada. Por eso Ernesto me negó. Era una imbécil, tonto y no aprendo; es nada de todo lo que ha vivido la familia. Estábamos en guerra. Ellos estaban en un operativo, como me dijo mi padre, y, aun así, no comprendo por qué me dio celos al verlo con esa mujer. —Si no estuviera atada, me habría dado de golpes por IDIOTA.
—Despertaste. —Me quitó la mordaza—. Estás derramando leche materna, eso confirma lo del hijo que mencionaste. ¿Sabes quién soy?
—No tengo la más remota idea, nunca habría olvidado un asqueroso rostro.
Deduzco por el parecido que era el tío de Egan. Pero no le di el gusto de darle importancia. Mi hijo debe de estar llorando. Gracias a Dios, mi madre viajó con él y ella estará cuidándolo.
—Por ahora te quedarás conmigo, veremos lo que estaría dispuesto por hacer el hijo de Alonso para rescatarte. O puedes ser un cheque de gerencia con mi sobrino Egan. De todas maneras, eres mi boleto de suerte.
No respon