Egan
No tenía nada más que hacer. En la madrugada desperté o, más bien, salí de la cama para hacer ejercicio. Necesitaba mantener la mente ocupada. Después de bañarme y tomar una de las sudaderas que tenía aquí, solo usaba esa ropa deportiva en este lugar. No importaba, hoy solo debía tomar las riendas de mi vida, salir lo más pronto del ciclo de lamentaciones.
Ni una sola llamada de su parte, menos un mensaje. No debería importarme… Ya no le interesaba. En el apartamento no había nada de comida. Tomé las llaves del carro. Llegué al apartamento de casados y la empleada se sorprendió al verme.
—Señor, me asustó.
—Liliana, soy solo yo. ¿La señora?
—Salió muy temprano, luego vino su hermano, al parecer se le olvidó la cita con él. ¿Ya desayunó?
—No.
—¿Le preparo algo?
—Te lo agradezco. Aunque solo vine por…
—Sus maletas ya están listas. —bajó la mirada la señora de unos cuarenta años. Ella había sido más condescendiente que mi propia esposa. Era una gran persona—. La señora me pidió que